En múltiples ocasiones en este blog ya hemos hablado de esos elementos que desde el punto de vista patrimonial catalogamos como etnográficos protegidos como tales por la Ley de Patrimonio Histórico-Cultural. Estos son elementos muy desconocidos para el común de las personas y que suelen verse como “viejas construcciones en mitad del campo” y que forman parte de nuestro patrimonio tradicional, que sin duda alguna ha creado correlatos paisajísticos de evidente valor cultural a través de la singularidad que reflejan sus ricas tipologías constructivas y que con sus características ha supuesto para unas formas de vida tradicionales de unas gentes en contacto directo con la naturaleza, constituyéndose de esta manera, junto a otros elementos, un icono fundamental de la identidad extremeña[1].
Estos elementos son el reflejo de una realidad histórica en el siglo XX, y es que Extremadura, entra en esta centuria siendo una comunidad eminentemente agrícola, ganadera y artesanal; una realidad que venía ya de siglos anteriores. Es por tanto, una sociedad rural y ganadera, en la cual una parte de esas gentes vivía de la agricultura o de la ganadería, o de ambas, o tal vez de la artesanía manufacturera. La Mesta todavía a principios del siglo XX tenía cierto poder y la trashumancia del ganado seguía siendo una actividad importante; además del aumento de los latifundios.
Esta realidad descrita a grandes rasgos cambia a partir de la segunda mitad de esta centuria, y concretamente a partir de los años 60; años que marcan un límite generado por varios factores como el abandono de los sistemas de producción/transformación agropecuarios vigentes hasta ese momento, la modificación sustancial de las técnicas constructivas gracias a unas mejores vías de comunicación, el abaratamiento de los materiales industriales, la paulatina desaparición de los alarifes (constructores tradicionales) y la vertiginosa sustitución de la arquitectura tradicional o vernácula por la arquitectura institucionalizada. Todo ello unido a la sangría migratoria que tendría consecuencias inmediatas en la propia configuración territorial, en el abandono de las tierras labradas y de las propias viviendas. En suma va a tener una repercusión inmediata en la arquitectura tradicional, en definitiva se abandona el campo, y con ello todas las estructuras o elementos que hoy siembran en ruinas el paisaje de Extremadura[2].
Entre este rico Patrimonio Etnográfico y Cultural existe un elemento que en algunas ocasiones se suele pasar por alto y que fueron de una gran importancia tanto en la actividad agrícola y ganadera propia de esa realidad de principios del siglo XX. Estos elementos etnográficos son los pozos que, junto a otros elementos similares, se hallan protegidos y catalogados como de carácter hidrológico.
Los pozos los definimos, dentro de esta categoría patrimonial y etnográfica de carácter hidrológico, como una oquedad excavada en el suelo destinada a facilitar el acceso a las aguas freáticas afianzado por una pared, normalmente, de mampostería con suficiente permeabilidad como para permitir el sito de agua y bordeado por un brocal[3]. En esta ocasión, hablaremos sobre el llamado pozo “de la patada del diablo nombrado así como un topónimo sobre el mapa topográfico nacional.
Dicho topónimo nos llamó poderosamente la atención, y es por ello por lo que acudimos a diversas fuentes que no pudieron asegurarnos el porque de dicho nombre a pesar de que el pozo se halla en la zona de la población de Arroyo de la Luz (Cáceres) conocido como “Corral Nuevo”. No obstante, pregunté a mi padre, Teodoro Fondón Rebollo, natural del pueblo, quien me conto que antaño le pareció recordar que en dicho pozo había una huella. Con todo ello, como tantas veces, nos subimos en nuestra bicicleta para visitar el elemento pero no, hallamos rastro alguno de tal huella puesto que, según la cartelería presente junto al pozo, este fue restaurado en 2013 para recuperar su aspecto original por lo que probablemente ésta pudo quedar tapada bajo las losas del encerado actual. No obstante, es bien sabido que, en muchos lugares de Extremadura, y en particular, en la provincia de Cáceres, existen muchas leyendas y tradiciones relacionadas con el diablo en forma de numerosos personajes, aunque en el caso de Arroyo de la Luz es la primera referencia que hallamos a ello, aunque de momento desconocemos su origen.
Dejando a un lado las tradiciones, desde un punto de vista de la meteorología, el clima mediterráneo en el que nos hallamos se caracteriza por prolongados episodios de escasez de precipitaciones, periodos de aridez estival y extrema variabilidad interanual de temperaturas. Este hecho, sabemos que, a lo largo de la historia de Extremadura, ocasionalmente ha provocado numerosos daños a la población en forma de horribles hambrunas como consecuencia de la falta de recursos hídricos y, como consecuencia de ello, la perdida de las cosechas y del ganado. En el caso de Arroyo de la Luz esta problemática se solvento en cierta manera gracias a su reserva de aguas bajo el nivel freático de su subsuelo y que se hace presente a simple vista en forma de las numerosas charcas que existen en la zona. No obstante, el acceso a esta importante reserva hídrica a nivel freático, a lo largo del tiempo, se llevó a cabo mediante la excavación de numerosos pozos, y que a lo largo de nuestras rutas hemos ido documentado en diferentes puntos de la población.


Es por ello por lo que conocemos que en Arroyo de la Luz existen, aún hoy, un gran número de pozos tanto dentro de los hogares como fuera de estos. Los que se hallaban dentro de los hogares, de forma privada, normalmente se situaban en los patios, cerca de la cocina y era el abastecimiento de la casa, tanto para el consumo humano como de los animales que se hallaban en las cuadras y que eran para el sustento de las familias.
En cuanto a los que se hallaban fuera de los hogares, estos eran de carácter publico y los hallamos en diversos puntos destacando aquellos que se hallan en los cordeles cuya función era el abastecimiento de los grandes rebaños de ganado. Este elemento en particular esta datado en el siglo XVII y forma parte de esa red de pozos de propiedad municipal, cercano al casco urbano, y cuya función era el abastecimiento de los vecinos y rebaños trashumantes que atravesaban el oeste peninsular a través de la “Vía de la Estrella” que une la freguesia portuguesa de Segura, en Idanha-a-Nova, con la cañada de “Sancha Brava”. Con la posterior modernización y el avance de los medios de abastecimiento y depuración de las aguas en los pueblos, los pozos con el tiempo fueron perdiendo su función original y cayendo en desuso hasta caer en el olvido y arruinándose; estado en el que muchos se hallan hoy en día.
Finalmente, desde un punto de vista estructural este pozo, de planta cuadrada, es similar a otros que catalogamos como “pozo de bóveda” o aljibe como nos dijeron los paisanos dado que no se halla encañado hasta el fondo, éste se halla excavado en la roca y sobre esta se levantan bóvedas de ladrillo que sustentan el brocal granítico. No obstante, este tiene la particularidad de que posee cuatro naves subterráneas cubiertas por bóvedas nervadas que forman una cruz en torno a la excavación principal, y que aparentemente aumentan considerablemente su capacidad de almacenamiento.





Localización: UTM: 29 N 708719/4372451
[1] AGUDO, TORRICO, J. Espacios urbanos y arquitectura tradicional en Gabriel Cano (Dir.) Gran Enciclopedia Andaluza del siglo XXI. Conocer Andalucía. VOL VII. Ed. Tartesos. Sevilla
[2] AGUDO, TORRICO, J. Problemáticas en la interpretación y metodología de estudio de las Arquitecturas tradicionales en Martín Galindo (Coord.) Piedras con Raíces. Diputación Provincial de Cáceres, pp. 45-87
[3] Cartelería junto al pozo de la Patada del Diablo (Arroyo de la Luz)
