Historia y Barbarie: Historia de la Piratería en el Mar (Parte IV)

Piratas, hombres salvajes y sanguinarios, hombres libres y aventureros, auténticas leyendas vivas; pero… ¿eran estos terroristas del océano tan atractivos como los relatos que les rodean? ¿Cuál es la historia de los verdaderos piratas?  Son el azote de todas las Naciones, los asesinos mas infames de su tiempo. Durante los siglos XVII y XVIII, los piratas abordaron miles de naves, saquearon docenas de ciudades, y siguieron un violento rumbo de tesoros robados, asesinatos y venganza, épicos, más peligrosos que en la leyenda, atrajeron el interés del mundo. Esta es su historia…

El perfil de los filibusteros (otra variante de la piratería) es un poco más civilizado pero siempre dentro de los parámetros de la barbarie establecida; mientras los piratas robaban en cualquier mar a cualquier navío, los filibusteros se especializaban exclusivamente en el pillaje de los barcos españoles y a introducir mercancías de contrabando especialmente en Cuba e islas adyacentes. El término filibustero procede del inglés “Fly-boat” (buque pequeño); los freebooters (merodeadores del mar) eran tipos sin escrúpulos que, al conseguir una presa de consideración, tenían por costumbre liquidar lo antes posible su botín en toda clase de orgías y extravagancias; una especie de frenesí, un constante derroche que les llevaba a agotarlo todo lo antes posible  para comenzar de nuevo desde la nada las emociones de un nuevo día, haciendo del mar su refugio y su campo de acción para saciar su codicia. Un documento de la época nos describe a los terroristas de aquel entonces: “su alma exhala los más negros perfumes, se sienten más atraídos por el pillaje que por la caza y van armados hasta los dientes: fusil, pólvora, sus balas, un sable y un par de pistolas”.

El Tratado de Ryswick en 1697 entre las potencias coloniales trasladó a la piratería de Hispanoamérica a América del Norte y, sobre todo, al continente asiático (mar Rojo y costa de Malabar); fueron los funcionarios de la Compañía de las Indias quienes iniciaron en contra de los neerlandeses las acciones de piratería en el Océano Índico con base en Madagascar.

Al finalizar el siglo XVIII, los bucaneros dejan tras de sí una huella de destrucción y muerte por el Atlántico, el Pacífico, el océano Índico o las costas de África. El mar de la India se transforma  en el nuevo escenario fascinante de la piratería internacional; el comercio de esclavos está en pleno auge y los navíos portugueses y los de la Compañía de las Indias transportan cargamentos de ensueño: especias, incienso, madera de ébano, perlas, paños preciosos, oro y esmeraldas. Madagascar se convierte en la nueva meca de los bucaneros. El corso británico vuelve a tomar la patente a cargo de figuras como la de los capitanes Avery y Kidd, que encarnaban la franquicia de los bandidos del mar: fraternidad entre camaradas, desprecio de la previsión y la prudencia, rechazo del ayer y del mañana, vivir peligrosamente la vida como si cada instante fuera el último; y, sin embargo, un destino aciago juega como factor determinante en la vida de ambos piratas que acabarán colgados en el estuario del Támesis.

No obstante, entre tantas figuras del mal como contiene la historia de la piratería, destacan algunos sujetos, los menos, de perseguidores del bien; tal es el caso del capitán Bartolomé Misson, que navegó con su utopía de un mundo feliz por bandera hasta los mares de Madagascar. Tal vez llegó a imaginarse el idealista corsario que podía acabar con la maldita leyenda que perseguía a los suyos y construir un Estado utópico en una isla del océano Índico; y, por supuesto, al intentar abordar la Historia por el lado más infranqueable, fracasó en el empeño. Misson era un hombre bueno, que había decidido cambiar el mundo anticipándose a los tiempos de la Revolución Francesa, dirigiendo sus más nobles instintos hacia la preocupación por la justicia y la instauración de un nuevo orden social. Se hace obligado mencionarle como el más mítico y asombroso de los corsarios franceses de las Indias Occidentales; considerado como un Quijote de la piratería; su propuesta se basaba en que había que recuperar la libertad que Dios ha concedido a la naturaleza. Al contrario que sus camaradas de oficio, repartía fraternalmente sus botines entre sus subordinados; cuando apresaba un barco de pabellón enemigo dejaba en libertad al capitán y a la tripulación que no compartiese sus principios libertarios y, en fin, sustituía la bandera negra por una blanca con la efigie de la diosa Libertad.

Establecidos Misson y sus prosélitos en la isla de Johanna, en el océano Índico, intentó armonizar el deseo de paz entre las diferentes etnias que lo ocupaban, pero las tribus se rebelaron acabando con su naciente e idealista proyecto. El corsario francés huyó a la isla de Diego Suárez al norte de Madagascar, donde fundó una nueva república con el nombre de Libertaria; pero, a pesar de que la república iba bien, una noche un grupo de indígenas aprovechando la salida de los piratas al mar, irrumpió violentamente saqueando y masacrando a los habitantes de la isla surrealista. Fugitivo de sus ideales frustrados, regresaba a Francia cuando un huracán a la altura de las Azores hizo zozobrar no sólo su nave sino también su utopía, haciendo imposibles los esfuerzos de la tripulación por salvar la vida del pirata soñador.

La piratería clásica entró en una etapa de declive que es aprovechada por los estados europeos para llevar a cabo una sistemática acción represiva, pero una y otra vez fracasan todos los remedios puestos a prueba para su extinción. Se promulgaron nuevas leyes que agilizaron su persecución al utilizar los servicios de los piratas arrepentidos; cobra especial influencia la figura del renegado que se vende al mejor postor; no obstante, la delincuencia marítima se recupera y refleja sus últimos focos en las postimetrías del siglo XIX.

El nuevo siglo protagoniza las expediciones de filibusteros, idealistas, contrabandistas, mercenarios y negreros que recorren la América hispana luchando por la consecución de la independencia de las nuevas naciones que buscan la liberación nacional contra el despotismo de la Corona Española. La piratería decimonónica actúa en la Florida, donde los filibusteros norteamericanos acosan a los barcos españoles en preparación de la guerra de Cuba, la isla más castigada de las Antillas, sucesivamente invadida y esquilmada desde los tiempos del corsario Drake en el siglo XVI.

En el Extremo Oriente, por otra parte, persiste la actividad corsaria de los navegantes portugueses, holandeses y británicos en los mares de la India, China, Japón, Malasia y Borneo, donde la piratería alcanza los terrenos de la épica (pero sin olvidarse de la lírica) con personajes fabulosos que actúan con una barbarie semejante al modelo europeo, pero con un ritual ciertamente conmovedor. Al igual que en Europa, en los países asiáticos, el asalto y el abordaje por sorpresa se convirtieron en una forma de guerrear y enriquecerse; una suma atracción para los desheredados de la fortuna, que amaban más la riqueza que la propia vida.

A partir de 1850, la actividad terrorista a la antigua usanza va perdiendo su razón de ser; el nuevo orden mundial, los nuevos adelantos técnicos, científicos y represivos desalientan a los ladrones del mar que, sin embargo, se reconvierten sin mayores problemas a los nuevos tiempos en la persecución de los mismos fines con unos procedimientos mucho más sofisticados. Sin embargo, se mantiene la actividad vandálica en ciertas costas de África, Golfo Pérsico, China y Polinesia. El desarrollo industrial y la máquina de vapor hicieron las empresas muy costosas y arriesgadas; la piratería  se vio impotente ante el avance técnico de los medios de comunicación y de organización defensiva, pero cual Ave Fénix resurgió una vez más de sus cenizas como hemos podido observar en la actualidad con los recientes ataques a embarcaciones y secuestros en ciertas aguas de la costa africana de Somalia.    

Fuente| Cioran E. “Historia y Barbarie” en Piratas, Corsarios y Bucaneros, A. Álvaro, pp. 11-25

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