Antes de abordar la cuestión extremeña, como historiador debo aclarar ¿Qué fue la Inquisición? Aún como un historiador, cuando se habla del Tribunal del Santo Oficio en nuestro cuerpo suele producirse una extraña reacción; pero no sólo en nuestro cuerpo sino también en nuestro subconsciente que nos hace pensar en algo prohibido, nos suena a intolerancia, a censura, al recuerdo de una época, que mantuvo al pueblo sumido en un ambiente de miedo, represión y traición. Y en cierto modo no nos equivocamos, pues el Santo Oficio de la Inquisición fue una institución fundada en 1478 por los Reyes Católicos para mantener la ortodoxia católica en sus reinos, en la cual se cometieron verdaderas atrocidades contra algunas personas por hacer algo tan habitual en todos los tiempos como ser infieles en su matrimonio, practicar ritos diferentes a los establecidos por la religión dominante, decir públicamente lo que pensaban, chocando sus ideas con los cánones establecidos en la época.
En Extremadura, se están centrando las investigaciones en torno a una localidad del sur de Extremadura, la localidad de Llerena, donde los estudios en torno al Tribunal de la Santa Inquisición son aún un caso un tanto desconocido para los extremeños puesto que los historiadores hasta este momento nos hemos estado centrando más en otras cuestiones relacionadas también con nuestra tierra como es la conquista de América (que también tiene su importancia) pero hemos cometido el error de dejar de lado una realidad histórica que durante casi cuatro siglos cambió a la sociedad extremeña.
Sabemos que la Inquisición se instala en Llerena hacia 1508 gracias a la influencia del licenciado Luis Zapata de Chaves, Consejero y Asesor de los Reyes Católicos y ayudado por la existencia de población hebrea en la Baja Extremadura. Sabemos que este Tribunal del Santo Oficio fue el tercer tribunal de España, en cuanto a la extensión de su jurisdicción, ocupaba 42.260 kilómetros cuadrados, e incluía los obispados de Ciudad Rodrigo, Plasencia, Coria y Badajoz; y ocupando en Llerena tres sedes permanentes, el palacio prioral en la calle Zapatería, la casa maestral en la calle La Cárcel y por último, hasta su abolición en 1834, el Palacio de los Zapata, hoy de Justicia en la calle Corredera.
La Inquisición de Llerena tenía fama de ser la más agresiva de la nación. En definitiva su fama respondía a la que tenían todos los tribunales del reino. Es decir, la población sabía que caer en las redes de la Inquisición era condenar al reo, posiblemente, a ser quemado en la hoguera, a galeras, a ser internado en las cárceles secretas de dicho tribunal, a que se le confiscasen sus bienes, a ser torturado en la cámara del tormento y a que toda su familia presente y futura sufrieran una de las mayores torturas psicológicas, como era la deshonra, por haber tenido en su núcleo familiar un hereje.
La Inquisición, para ejercer su jurisdicción sobre el territorio que configuraba el distrito inquisitorial de Llerena, contaba con una organización de personal igual a la del resto de los Tribunales que existían en toda Castilla. En la sede de Llerena, ejercían sus funciones los ministros y oficiales que constituían el cuerpo central de la organización. Fuera de allí, distribuidos por las localidades del distrito, prestaban sus servicios comisarios, notarios, frailes, sacerdotes, familiares etc. A diferencia de los funcionarios del Tribunal de Llerena, estos cargos locales no contaban con remuneración salarial. Los beneficios que reportaban a quien los desempeñaba eran los del prestigio social y los privilegios fiscales y forales que se les concedían.
Muchos varones nobles encendidos con el ferviente celo de la fe, se ofrecieron a servir y defender a tribunal tan sagrado, aunque fuese a costa de sus propias vidas, hasta conseguir que los inquisidores fuesen obedecidos y respetados y la causa de la fe defendida. Los Santos Pontífices les remuneraron con muchas gracias e indulgencias; y entre otras, les concedieron el privilegio de convertir a los nobles en familiares del Santo Oficio, los llamados “crucesignatos” de la época de las cruzadas, concediéndoles jurisdicción temporal y protección pontificia.
Las dos comunidades más perseguidas fueron los moriscos y la judaizante, sobre todo la primera, porque los miembros de dicha comunidad solían ser los ricos de la población, mercaderes, hombres de negocios, los cuales tenían unas muy buenas haciendas. Aquí encontró la Inquisición una veta económica importantísima para llenar sus arcas. Y es que a todos los reos condenados se les confiscaban sus bienes, se les quitaban sus haciendas, casas, tierras, así como el dinero que tuvieran.
Entre los castigos más crueles estaba la de ser condenado a la hoguera, a remar a las galeras de su majestad sin sueldo, a ser azotados con 200 latigazos y, sobre todo, las torturas. Esto era a veces encomendado a alguien por el mero hecho de decir frases como: “Reniego de Dios”, “No creo en Dios”, “Reniego de la fe”, “Reniego de la cruz del Señor Jesucristo”, o “de la pureza de la Virgen María”. En la cámara del tormento de la Inquisición, situada siempre en los profundos sótanos del palacio de la Inquisición para que el resto de reos no escucharan los gritos de dolor del torturado, se vivieron escenas de verdadero terror. Se han descubierto casos de personas a las que se le han roto brazos o piernas durante las torturas, o que se han suicidado de desesperación lanzándose a un pozo común que se encontraba dentro de de las cárceles del tribunal. El cuál los reos utilizaban para asearse.
Gracias a la documentación histórica que se ha conservado en los archivos podemos conocer por ejemplo el caso de varias personas, naturales de la localidad de Garrovillas de Alconétar, que sufrieron persecución de la Inquisición por no ser descendientes directos de cristianos de raza. O en el caso del Norte de Extremadura, en la localidad de Cañamero, cuya sede de la Inquisición estaba en la Puebla de Guadalupe, sabemos que la Inquisición realizó terribles actos de persecución sobre multitud de habitantes de la vecina localidad de Cañamero acusados de moriscos o de brujería.
Finalmente, decir que tanto para el caso de Extremadura, ya sea Llerena, o Cañamero o cualquier otro rincón extremeño, y por supuesto en todos los Reinos de Castilla, para ser considerado un hombre honrado debías de descender de cristiano viejo, y no tener hereje ninguno en tu familia. La sangre tenía que estar limpia, sin mácula, para poder ser un hombre honrado y tener todos los derechos que las Instrucciones de la Inquisición ordenaban. Si descendías de herejes, las puertas se te cerraban para siempre, no podías vestir de color carmesí, ni usar oro ni plata, montar a caballo, ni viajar a Indias, no podías ejercer trabajos públicos ni escoger una vida religiosa. Los Inquisidores para averiguar todo esto, mandaban al sacerdote de la villa que revisase los sambenitos de los reos, los cuales, estaban colgados la Iglesia de la localidad y cuya misión era, la de perpetuar la infamia del reo y la de todas sus generaciones, convirtiéndose los templos en verdaderos humilladeros públicos.
Fuente: http://goo.gl/L1uKKr
Archivo original: El Tribunal de la Inquisición en Extremadura