Mahoma, como todos sabemos, fue el profeta fundador de la religión islámica; y de acuerdo con dicha religión, Mahoma es considerado “el sello de los profetas”, por ser el último de una larga cadena de mensajeros enviados por Dios para transmitir su mensaje, y que según el Islam, sería en esencia el mismo que habrían transmitido sus predecesores, entre los que se contarían Ibrahim (Abraham), Musa (Moisés) e Isa (Jesús); y en relación con ello sabemos que el Corán no prohíbe explícitamente la representación del Profeta aunque existen algunas tradiciones complementarias que han prohibido directamente a los musulmanes crear representaciones visuales de figuras humanas en cualquier circunstancia. En la actualidad, la perspectiva musulmana respecto esta cuestión es diversa y algunos musulmanes mantienen una visión más flexible aceptando imágenes respetuosas y usan ilustraciones de Mahoma en libros y decoración arquitectónica; y por otro lado tenemos otro sector que tiende a una postura iconoclasta y al rechazo de cualquier imagen de Mahoma.
Todo ello es cierto, pero podemos apoyar las representaciones, respetuosas, en la presencia de diversos documentos e ilustraciones presentes a lo largo de la Historia. De hecho, he tenido la suerte de encontrar un artículo en el periódico Hoy escrito por el periodista Francisco Apaolaza donde encontré la referencia a documentación medieval representan a Mahoma o hacen referencia a su vida a través de imágenes. Ello ha sido posible a través de reproducciones hechas por el editor Manuel Moleiro, especialista en la reproducción de códices medievales, y que tiene en su catálogo una publicación que mandó hacer en 1582 el Sultán del Imperio Otomano Murad III; el título de esta publicación es el “Libro de la Felicidad”, toda una declaración de principios que contrasta con el carácter oscurantista al que se asocia en occidente el islamismo por la influencia de los integristas. Este libro lo encargó como regalo el Sultán para su hija favorita en vísperas de su boda, y donde se reproduce una imagen de la tumba del profeta, un motivo que podría resultar censurable según los parámetros de la sensibilidad islamista contemporánea y no obtendría probablemente hoy el visto bueno de los guardianes más celosos de la doctrina del Profeta a pesar de haber sido encargado por la máxima autoridad del Islam hace ya más de cuatro siglos.
Entonces, ¿Qué es lo que ha podido pasar? ¿A qué se debe tal involución de la doctrina Islámica? Los historiadores y estudiosos de la fe islámica, como es el caso del propio Libro de la Felicidad, encuentran en los textos mahometanos toda una serie de declaración de principios, y sin embargo en la actualidad exhibir cualquier imagen del Profeta parece una falta de respeto, yo personalmente como historiador no lo entiendo. Pero para interpretarlo estamos los historiadores, y para intentar desentrañarlo trataré de remitirme un poco a la historia bíblica y de las primeras religiones.
Como dice Francisco Apaolaza en su artículo es posible que entre el episodio del Becerro de Oro que cuenta la Biblia y la matanza yihadista de París haya más cosas en común de las que parece a primera vista: los judíos que habían escapado de Egipto aprovecharon la ausencia de Moisés para fabricar un ídolo con forma de bóvido y adorarlo, dando la espalda a Yahvéh; este incidente revela la profunda desconfianza de las primeras religiones monoteístas hacia cualquier imagen haciéndose un hueco en culturas de tradición politeísta donde cada una de sus deidades era reproducida hasta la saciedad en diversos soportes; y es por ello que el judaísmo primero y luego el primitivo cristianismo recelan de cualquier representación de la deidad. En el caso de los judíos dieron continuidad al precepto del Éxodo hasta nuestros días con contraposición del cristianismo que aprovechó el misterio de la Encarnación (conversión de Jesús en la imagen de Dios) para abrir las puertas a la representación de la deidad bajo apariencia humana. Ello no resultó nada fácil y sería ya en el Concilio de Nicea (737) cuando se justificó que Jesús era la imagen de Dios a través del argumento de que “el honor tributado a la imagen va dirigido a quien está representado en ella”.
Por aquel entonces Mahoma ya había entrado en La Meca (año 630) y destruido los ídolos que representaban a varios dioses que se adoraban en la ciudad antes de su llegada. De esta forma Mahoma heredaba el espíritu iconoclasta de las otras dos religiones monoteístas, el cristianismo y el judaísmo. Sin embargo, como ya he puesto de manifiesto al principio del presente artículo, en el Corán no existen advertencias tan explícitas contra las imágenes como las que podemos encontrar en la Biblia o en el Talmud. De hecho, en palabras del Profesor Emilio de Santiago, uno de los más reconocidos arabistas españoles, el Islam no prohíbe las representaciones antropomórficas y zoomórficas, y recuerda que en la Alhambra granadina se pueden ver tanto figuras de animales (Patio de los Leones) como de personas (Sala de los Reyes); aunque es evidente que la iconografía islámica remite por lo general a la caligrafía, a la geometría y a las filigranas del mundo vegetal a la hora de ornamentar edificios o adornar manuscritos. Sin embargo, la cultura islámica bebe de muchas fuentes, y por ello no es necesario excavar demasiado para encontrar imágenes del mismísimo Mahoma como es el caso del propio Libro de la Felicidad, u otros ejemplos anteriores a esta publicación como son las miniaturas persas o turcas, dos culturas ajenas a la tradición árabe, en las que se pueden ver al Profeta aunque siempre aparece velado en un respeto reverencial a su figura.
Por lo tanto, si la representación del Profeta no ha sido un tabú durante siglos pasados, como evidencia la Historia o las Fuentes documentales, ¿por qué hoy es motivo de rechazo en algunos sectores de la comunidad islámica? Respondiendo un poco a esta pregunta el profesor Emilio de Santiago afirma que estamos hablando de yihad, que es muy distinto de la religión, ello no es religión sino un movimiento fanático. El veto a la reproducción de la figura del Profeta, añade el especialista, fue tomando cuerpo en interpretaciones posteriores del Corán. Como he dicho al principio del artículo y apoya Emilio de Santiago, algunos hadith (tradiciones complementarias), una especie de explicaciones a pie de página del Corán, se contagiaron del espíritu iconoclasta del judaísmo, su referencia simbólica más inmediata, de modo que la prohibición se propagó entre todos los creyentes sin llegar a hacerse explícita en ningún cuerpo doctrinal. Por otro lado, tenemos a Mounir Benjelloun, presidente de la Comisión Islámica de España, quien opina que el problema no es la imagen de Mahoma, sino el mal uso de la imagen de éste puesto que existe una gran diferencia entre hacer un dibujo respetuoso y una caricatura que hiere las creencias de miles de millones de creyentes: en palabras del presidente de la Comisión Islámica de España, lo primero puede ser asumido a pesar de que la gran mayoría de los fieles desaprueba la representación del Profeta, mientras que lo segundo es un insulto que alimenta a los sectores más radicales.
A medida que el integrismo gana terreno por el cajón de resonancia de los atentados, sus interpretaciones doctrinales se hacen más estrechas y arrinconan las concepciones islamistas más aperturistas y menos dogmáticas. Es una dialéctica envenenada que se activa siempre que la violencia hace acto de presencia, y ello podemos verlo también en la misma historia de nuestro país en la España almorávide y almohade cuando el yihadismo contra el cristiano o “enemigo de la fe” tuvo un protagonismo muy activo.
Fuente: APAOLAZA, F. ¿Es un pecado dibujar a Mahoma?, Periódico Hoy, 2015, pp. 43-45.
Documento Original: La Imagen de Mahoma en la actualidad y en la Historia