Turismo y Arqueología, de una Mirada Histórica a una Relación Silenciada

Durante el siglo XIX y principios del XX se dio, por un lado, el desarrollo de la profesionalización de la arqueología y, por el otro, la aparición del interés de los Estados en la industria del turismo. Los investigadores han analizado estos dos procesos como si se tratara de actuaciones separadas, uno enfocado hacia el incremento del saber sobre el pasado para consolidar la estructura histórica que sustentaba la memoria nacional, y el otro centrado en el beneficio económico que conllevan las actividades relacionadas con el ocio. En este artículo se analizará si el desarrollo de estos dos factores, turismo arqueológico y profesionalización de la arqueología, han sido totalmente independientes el uno del otro. Investigaciones preliminares sugieren que no han estado hasta cierto punto conectados, especialmente en países con ruinas monumentales.

La base de la conexión entre el turismo patrimonial y la arqueología desde finales del siglo XVIII el nacionalismo, y antes el patriotismo, y aunque, sin haber desaparecido la importancia de la ideología política, en la actualidad desde el final de la Guerra Fría ambos se conjugan a través del mercantilismo. En este triángulo formado por nacionalismo, arqueología y turismo arqueológico, el vínculo entre los dos primeros elementos, nacionalismo y arqueología, ha sido objeto de múltiples análisis. No es éste el caso del primer y último elemento, la relación entre nacionalismo y turismo arqueológico y un análisis de los posibles encuentros entre ellos puede subdividirse en dos perspectivas: la primera se fija en el turista, examinando aspectos como el sentimiento nacionalista que le lleva a visitar unos sitios y no otros, con qué yacimientos se siente más identificado; la segunda perspectiva observa la relación entre turismo arqueológico y nacionalismo desde arriba, examinando si el poder público se ve influido por el nacionalismo para gestionar el recurso arqueológico al ponerlo al servicio del turismo, seleccionando del pasado y subvencionando ciertos sitios o épocas más relacionados con la narrativa nacionalista.

Este artículo se centra sobre todo en la creación a lo largo del tiempo de instituciones que posibilitaron el acceso del turista a los restos y materiales del pasado. Todo el discurso se vertebra en relación con los medios de transporte más empleados en determinados periodos, por la gran influencia que éstos tuvieron en facilitar la movilidad del turista. De los viajes de la Antigüedad en carro o a lomo de animales, al Grand tour dieciochesco, este artículo llega al momento en el que surge el turismo más cercano al que conocemos hoy en día, lo que ocurrió en el siglo XIX sobre todo en Europa y hasta cierto punto en América. El turismo de las clases medias en ferrocarril y barco de vapor que caracterizó esta época vio la aparición de las guías turísticas, el comienzo de una labor consciente de restauración de monumentos, la creación de comisiones de monumentos para gestionar el patrimonio arqueológico, la apertura de museos tanto en edificios como al aire libre, los cuales muestran piezas originales o incluso copias. El discurso del ocio se empezó a formar en esta centuria, pero sobre todo lo que se insistió para justificar las acciones que se estaban llevando a cabo en relación con el patrimonio es que eran necesarias para preservar el espíritu nacional y para educar al ciudadano. En estas ideas creía un amplio sector de las clases altas y medias que no solamente actuaba individualmente visitando yacimientos o acudiendo a los museos (la primera perspectiva de la que hablaba en el párrafo anterior), sino también en grupo, organizándose en sociedades de todo tipo (excursionistas, fotográficas, arqueológicas, regionales, etc.) que realizaban viajes para visitar yacimientos arqueológicos. Desde mitad de siglo se organizaban exposiciones a lo grande en las que ya aparecía el elemento mercantilista y en las que ya se incluía la arqueología.

El medio de transporte que representa la siguiente época es el automóvil, desde principios del siglo XX hasta los años sesenta. Es entonces cuando vemos que la conexión entre turismo y arqueología comienza a oficializarse y estatalizarse, aunque todavía se combina con el discurso nacionalista y el papel educativo del pasado. Pero en la decisión sobre las subvenciones a excavaciones arqueológicas empieza a tener peso la potencialidad turística del sitio. Ahora se promueve también la protección de paisajes naturales, lo que no es incompatible con lo arqueológico, pues la organización de estos espacios también conlleva, en la mayoría de los casos, la necesidad de salvaguardar los restos antiguos en ellos localizados. La geografía turística crece (el número de países visitados se expande prácticamente a la totalidad del globo, aunque con grandes lagunas) y con ello también se eleva el peligro que corre el patrimonio, entre otras razones, por la comercialización de las antigüedades en lugares antes asilados y poco accesibles.

A partir de la década de 1960 se produce una revolución en el turismo: el transporte aéreo consigue convertirlo en un fenómeno de masas de manera que se multiplica el porcentaje de turistas en 4 000 %. Este espectacular aumento ha sido monitoreado por un organismo internacional regulador: la Organización Mundial del Turismo o World Tourism Organization (WTO), creado en 1974, aunque con raíces anteriores. A esta institución hay que sumar el enorme efecto que ha logrado la Convención Referente a la Protección del Patrimonio Cultural y Natural Mundial de la UNESCO de 1972 que dio lugar a la lista de Patrimonio Mundial. El impacto que ha tenido ésta es significativo, pues marca la transición del patrimonio de valor identitario a económico y mercantilista. Si bien la lista de Patrimonio Mundial se idea a principios de los setenta para proteger sitios de valor considerado como universal, su existencia les ha puesto en el punto de mira, enfocando la atención sobre ellos, y esto se ha traducido en una acudida masiva de turistas que pone en peligro el yacimiento mismo y desequilibra las relaciones sociales en el área. La inclusión de un sitio en la lista de patrimonio mundial de la UNESCO ha pasado a ser en la actualidad una propaganda supraestatal de la que se aprovechan las compañías turísticas. Por su valor económico, países como China están llevando una fuerte política de inclusión de nuevas candidaturas en la Lista de Patrimonio Mundial.

Los cambios económicos y sociales a los que el turismo está llevando a las poblaciones cercanas a los yacimientos arqueológicos son notables y se traducen en transformaciones, tanto negativas como positivas, de las comunidades que viven en el área próxima. En cuanto a las primeras, muchas comunidades han pasado de ser campesinas a estar integradas en la economía de mercado, ocupando así el eslabón más bajo de la industria turística. Éstas se ven obligadas a cambiar su actividad para producir y vender recuerdos y reproducciones con escaso margen económico, o a acomodar y dar de comer a los turistas en locales de bajo costo y ganancia, mientras que los márgenes económicamente cuantiosos quedan controlados por las grandes compañías, muchas veces en conjunción con el Estado.

Por otra parte, sin embargo, el turismo también ha permitido el empoderamiento de muchas de las comunidades locales y, especialmente, de los grupos indígenas, muchas de cuyas reivindicaciones sobre su derecho a controlar su pasado (realizadas desde los años setenta en los países de habla inglesa y en la actualidad en muchos otros) han sido oídas, produciéndose cambios en las legislaciones de los diferentes estados con respecto a las comunidades indígenas y su injerencia en las decisiones sobre los restos arqueológicos encontrados en sus tierras ancestrales y/o producidos por sus antepasados. Si en un principio el control de la identidad se producía por razones ideológicas, en la actualidad a esto se le ha añadido el valor económico del turismo que está llevando a fenómenos novedosos, como una nueva ola de invención de la tradición con la recuperación de festividades ya abandonadas o la creación de otras inspiradas en un grado variable en las antiguas.

El turismo arqueológico se ha convertido en un negocio y las reglas del mercantilismo han empezado a afectar profundamente a la arqueología, pues sólo vale aquello que crea valor económico. Esto no ha dejado a la profesión incólume, pues progresivamente se está viendo que las subvenciones favorecen ciertos tipos de arqueología, ciertos periodos y tipos de restos arqueológicos, como los monumentales, ya no necesariamente porque coincidan con el discurso nacional, sino porque tienen mayor éxito entre el público y atraen a mayor número de turistas. Esto está teniendo un efecto en el trabajo de campo, que ya no se ve como necesario (los resultados son demasiado técnicos para poder ser útiles y, por tanto, si se publican, es en literatura gris o menor), la investigación de los materiales y el contenido de los museos (que se están empezando a parecer a galerías de arte, bellos pero sin información, y en los que la tienda es uno de las salas más visitadas). Es difícil predecir adónde llevará el camino trazado, pero querría terminar este texto sugiriendo que urge un examen profundo del papel socioeconómico de la arqueología en el mundo actual.

FUENTE: Díaz-Andreu, Margarita en Anales de Antropología

Documento Original (Artículo completo): Turismo y Arqueología.

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