En la segunda parte de esta serie sobre la esclavitud en Extremadura, y en concreto la parte acerca de la vida de los esclavos en Extremadura señalamos que las condiciones de vida de los esclavos podían ser variadas dependiendo de factores como el ámbito en que se encontrasen, quién fuera su amo, el trato que éste les dispensara y la propia capacidad de los esclavos para adaptarse a su situación, de forma general, su existencia estuvo marcada por su condición esclava, que comportaba homogeneidad en algunos aspectos de su vida. Esta circunstancia los reducía a ser considerados como meros objetos sobre los que el propietario tenía el dominio absoluto y podía disponer del mismo modo a como lo hacía con cualquier otro bien que le perteneciera.
En esta segunda parte sobre la vida cotidiana de los esclavos vamos a tratar los aspectos más profundos de la vida en esclavitud, no solo en Extremadura, sino ya de manera general. En primer lugar, para su mantenimiento, el esclavo solía depender del amo quien debía proporcionarle vestido, alimento y techo, entre otras razones porque el esclavo no disponía de ningún bien y no tenía con qué sustentarse.
Dada esta situación, que marca una dependencia clara del esclavo con respecto a su dueño, debía ser una obligación de éste, como responsabilidad contraída al disponer de un esclavo del cual se sirve, atender a sus necesidades básicas en lo que se refiere al alimento, vestido y salud. Sin embargo, no todos los esclavos estuvieron bien atendidos por sus propietarios. Observamos así que, el mantenimiento de una persona que está bajo el dominio de otra se consideraba más bien como una manifestación de generosidad y buen trato por parte del dueño (independientemente de su relación personal con el esclavo) que como una obligación.
Es decir, el buen trato exigido al propietario prácticamente se limitaba a sustentar al esclavo, sin considerar que en otros sentidos éste podía ser objeto de abusos tales como explotación laboral, malos tratos físicos, abusos sexuales, humillaciones… Por otra parte, también apreciamos que mantener a un esclavo suponía una carga de la que muchos amos se desentendían, aunque el esclavo morase bajo su mismo techo, sin que ello implicase una renuncia al dominio sobre aquél.
En lo referente al vestido, debemos suponer que los esclavos no contarían con muchas prendas y la mayoría de las que disponían serían usadas. Con respecto a los hombres, parece que solían estar vestidos de paño pardo, es decir, la clase de ropa más humilde que existía, basta y sin tintar.
En cuanto a la vivienda, los esclavos solían residir en la misma casa que sus dueños, seguramente en estancias destinadas para ellos, donde convivían muchas veces con otros esclavos o con criados del amo, siendo la cocina un espacio habitual donde desarrollaban su vida. No obstante, algunos esclavos gozaban de cierto régimen de independencia a efecto de vivienda y sustento y no vivían en el domicilio del amo sino en otra casa en la misma población o incluso en otras localidades.
En general, la sujeción del esclavo a su amo implicaba que no podía desplazarse si no era con su consentimiento. Sólo si gozaba de su confianza se le concedía una mayor libertad de movimiento. De todas formas, cuando un esclavo obtenía licencia para salir del lugar donde residía o emprendía un viaje por orden de su dueño, éste solía librar una escritura ante notario a fin de certificar que el esclavo era de su propiedad, al mismo tiempo que expresaba el permiso concedido para iniciar el viaje.
En lo que se refiere al cuidado de la salud del esclavo, las buenas condiciones físicas de éste y que mantuviera un estado saludable debía suponer una de las preocupaciones del amo por varias razones relacionadas con su valoración económica. En este sentido, meramente utilitario, lo lógico es que el propietario estuviera atento a que el estado de salud de su esclavo fuera óptimo y, si estuviese enfermo, procurase su remedio ya que la enfermedad podía suponer la muerte del esclavo y, por tanto, la pérdida del dinero invertido.
En cuanto a la vida sexual de los esclavos, en general, es bien sabido que los matrimonios entre esclavos eran muy escasos. Entre las causas que podrían aducirse para explicar que los esclavos raramente contrajesen matrimonio se encuentran su condición y la marginación social que de ella se deriva, o la imposibilidad de mantener una vida familiar dentro de los cauces normales, dados los cambios de dueño debidos a las ventas, transmisiones hereditarias o donaciones a las que podían estar sujetos. Pero una de las razones más poderosas se encontraba en los obstáculos que ponían los propietarios cuando veían voluntad en sus esclavos de contraer matrimonio.
Pero, ¿por qué los dueños se oponían a que sus esclavos se casasen? Las razones eran variadas. En primer lugar, porque el rendimiento del esclavo sería menor ya que no estaría a plena disposición para su amo al contar con una carga familiar; por otro lado, era más difícil encontrar un comprador para un esclavo casado, con lo que este estado constituía una rémora si el propietario pretendía venderlo; y una última cuestión era que el matrimonio, especialmente si se producía entre un esclavo y una persona libre, se entendía como un paso previo a la libertad. Junto a estos motivos, más o menos objetivos, autores como Julio Izquierdo señalan también como causa de la oposición de los amos el que éstos estuvieran amancebados con sus esclavas.
Es cierto que, en ocasiones, encontramos en las manumisiones de esclavos alegar este motivo por el cual el amo se decide a conceder la libertad a su esclavo, sin embargo, no constituye en sí misma una causa que lleve pareja la obtención de la libertad, sino que ésta corresponde más bien a una concesión graciosa del propietario. El hecho es que algunos esclavos se casaban con la intención de liberarse después y el temor de los amos a que pretendieran la libertad por estar casados era patente.
Ante los múltiples obstáculos que encontraban los esclavos para contraer matrimonio, predominaron entre ellos las relaciones al margen del sacramento, en las que los amos solían mostrarse bastante más permisivos. Las relaciones mantenidas al margen del sacramento del matrimonio entre la minoría esclava no se ciñeron a las establecidas con los miembros de su misma condición. Hay que señalar que los abusos sexuales y violaciones de esclavas por parte de los amos o de otras personas serían frecuentes, lo que se relaciona con la escasa valoración que se tenía de sus personas.
En general estas relaciones, aunque conocidas, eran silenciadas y en raras ocasiones los propietarios reconocían a los hijos de sus esclavas como hijos naturales, especialmente cuando eran miembros del estamento eclesiástico “por la vergüenza y las consecuencias que podía acarrearles esta decisión”. Aunque los abusos a estas mujeres, sobre las que recaía la doble marginación derivada de su sexo y de su condición esclava, eran una realidad, también hay que considerar que algunas podían consentir o favorecer este tipo de relaciones si ello suponía unas mejores expectativas de vida para ellas y para sus hijos.
No podemos descartar tampoco que algunas esclavas se dedicaran a la prostitución, ya porque fueran alquiladas o vendidas por sus amos a mancebías, o porque ellas mismas se prestasen a ejercer este viejo oficio con permiso del amo para obtener así el dinero con el que poder rescatarse, es decir, pagar el precio de su libertad, o para poder subsistir cuando los amos se desentendían de su mantenimiento.
En definitiva, las relaciones de los esclavos estuvieron marcadas por limitaciones que respondían a su condición marginal, de forma que, en la legitimidad, sus relaciones se establecen con personas de baja extracción social. Los esclavos suelen contraer matrimonio con otros esclavos, libertos, forasteros, en el caso de varones con viudas… En lo que respecta a las relaciones ilegítimas debemos distinguir entre aquellas de carácter más o menos permanente y las que no pasarían más allá de contactos sexuales esporádicos. Las primeras, que en la práctica se trata de amancebamientos, suelen ser conocidas por el resto de la comunidad y, normalmente, no se llegan a legalizar por las dificultades que los esclavos encuentran para formalizarlas.
En cuanto a la vida conyugal, tal y como referimos antes, uno de los principales motivos por los que los propietarios se oponían a los matrimonios de sus esclavos era por entender que, al tener éstos que atender a sus nuevas familias, se verían perjudicados en las prestaciones que pudieran obtener de ellos. Por tanto, aún en aquellos casos en que consentían que sus esclavos se casasen, se ponía la condición de que no podrían desatender las obligaciones que tenían hacia los que los poseían. Ello afectaba a las posibilidades de llevar una vida familiar dentro de los cauces de la normalidad, especialmente, si los amos, haciendo uso de su derecho de propiedad, decidían vender al esclavo, lo que podía suponer la separación de su pareja.
No obstante, las leyes, trataban de proteger a los matrimonios esclavos estableciendo que: “E si muchos omes oviessen dos siervos, que fuesen casados en uno, si acaeciesse, que los oviessen de vender, deve lo fazer, de manera, que puedan bevir en vno, e fazer servicio, a aquellos, que los compraran. E non pueden vender el uno, en una tierra, e el otro, en otra 96 porque oviessen a bevir departidos”. No podemos saber hasta qué punto se respetó esta ley, aunque sí nos consta que algunos propietarios procedieron a vender conjuntamente a sus esclavos casados.
De todas formas, suponemos que era difícil conciliar el servicio al amo y la atención a la pareja y familia a no ser que se viviera en la misma casa, o que el propietario o permitiese que el esclavo o esclava conviviese con su cónyuge en su propia residencia bien en un domicilio independiente. En la mayoría de los casos, la única manera de poder normalizar su situación pasaba por la liberación de los miembros de la familia. De ahí que algunos maridos y esposas intenten por todos los medios rescatar a sus cónyuges.
Por lo tanto, podemos entender que la postura de los propietarios no se definió por su carácter benevolente, puesto que, salvo mínimas excepciones, solían exigir elevadas sumas de dinero por la liberación de los esclavos, o pusieron condicionamientos bastante gravosos que los esclavos o sus parejas no siempre se encontraban en situación de poder asumir.
Fuente| Periañez Gómez, R. “La Esclavitud en Extremadura”, Tesis Doctoral, Universidad de Extremadura, 2008.
Documento Original: la-esclavitud-en-extremadura-iii