Ficción Literaria y Arqueología

La siguiente entrada es la primera de las colaboraciones de Mª Rosario Mondéjar Martín para Arqueología y Gestión Turística. Como primera aportación a nuestro blog, Mª Rosario a través de esta entrada hace unas reflexiones sobre las relaciones y distensiones entre la ficción literaria y la arqueología.

Quiero empezar este artículo agradeciendo a Teodoro Fondón Ramos la oportunidad que me da para colaborar en su blog de Arqueología. Desde el primer momento me gustaría dejar muy claro, para aquellos que no han leído mi biografía, que no soy arqueóloga ni historiadora, pero como apasionada de los tiempos pretéritos creo que tengo mucho que decir… y lo digo desde la literatura, y de eso quería hablaros hoy. Sabéis que acabo de publicar una novela ambientada en la Edad del Bronce y si no me equivoco, es la primera novela ambientada en esta época en nuestro país. Resulta cuanto menos curioso, teniendo en cuenta el tirón de la novela histórica, que haya una época tan desconocida desde el punto de vista literario como esta. Y me sorprende, porque es un periodo de grandes tesoros, de ocultaciones múltiples de joyas en oro macizo. ¿No sería una buena trama novelística seguir la pista de todos nuestros tesoros prehistóricos? No puedo dejar de imaginar historias para el Tesoro de Aliseda o para el de Carambolo, para los cuencos de Axtroki, el brazalete de Estremoz o las torques de Sagrajas y Berzocana. Todos y cada uno de ellos me parecen en sí elementos inquietantes y tiendo a divagar por el colorido mundo de la imaginación, buscando hermosos cuellos en que lucir esos collares, o fuertes brazos masculinos en los que insertar esos brazaletes, o banquetes de hombres poderosos servidos en aquellos extraordinarios cuencos. Nada más que imaginación.

Dejemos que los objetos salgan de las vitrinas de los museos y démosles la oportunidad de formar parte de nuevo de la vida para la que un día fueron creados. Bellos collares, sí, bellos y ricos collares de oro, pero mudos y apartados de su noble función de adorno. Descontextualizados, callados y quietos dentro de una urna de cristal, a veces blindada, alejados de su gente, de su sociedad, del lugar donde un día adornaron a ciertos y desconocidos personajes importantes. En un discurso de fin de carrera de Filosofía en la ciudad de Buenos Aires, el magnífico Borges les dijo a sus alumnos que no esperaba de ellos que fueran buenos filósofos, sino que deseaba que fueran buenos novelistas… para “no-velar” el conocimiento. Y creo que es cierto. En realidad la forma más sencilla de llegar y difundir profundamente los hallazgos arqueológicos es a través de la literatura. Estamos programados para escuchar y procesar cuentos e historias, pues bien, aprovechémonos de ello. Es muy difícil que el público que acude regularmente a visitar yacimientos y museos tenga la paciencia de leer y desentrañar lo que los artículos científicos de arqueología nos quieren decir, las conclusiones a las que llega cada autor, la controversia entre unos investigadores y otros, ¿qué quieren que les diga? La Arqueología así, para el profano en la materia, es un tema áspero y a veces imposible de entender. Y yo, para escribir esta obra literaria, he leído todos los artículos publicados sobre la Edad del Bronce que han caído en mis manos (muchos, muchos artículos en cuatro años de documentación). En realidad creo que he hecho un máster autodidacta sobre la Edad del Bronce. Pero retomemos el tema de la literatura. Yo he llenado las más de cuatrocientas páginas de mi novela (ficción) de personajes (ficción) y escenas (ficción).

No he hecho nada diferente a lo que hace cualquier novelista que pretende escribir una obra histórica: documentarse. Hace tan solo unos meses, alguien me dijo que mi novela no iba a gustar porque estaba “banalizando” un trabajo científico. Al contrario, dije yo, creo que voy a acercar con mi historia de ficción a más público a la Arqueología. Será inevitable que cada vez que ustedes desentierren de nuestros yacimientos piezas extraordinarias, nosotros, los hombres y mujeres de a pie, empezaremos a imaginar historias de tiempos remotos, para darle de nuevo la vida que el olvido les robó. Y seguramente así nacieron los cuentos y, con ellos, la Literatura.

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