El vino en época ibérica e imperial a partir del registro arqueológico

El vino es una bebida que fue introducida en la Península Ibérica a partir del comercio con los pueblos fenicios y griegos. El contacto con estos pueblos se empezó a dar de forma generalizada en el I Hierro, teniendo su apogeo en el II Hierro, es decir, en período ibérico.

En un primer momento, estos pueblos se dedicaban al comercio de bienes con los indígenas en los que se solía intercambiar materias primas como alimentos o metales, por bienes transformados en los que jugarían un papel destacado este líquido, conjuntamente a los materiales cerámicos que rodean su consumo. Estos últimos, son de gran relevancia para las investigaciones arqueológicas, ya que, permiten tener vestigios del inicio del consumo de este alimento y del contacto entre los diferentes pueblos.

Con la llegada de estos pueblos comerciantes y su posterior establecimiento en forma de núcleos residenciales y de comercio, como sería un ejemplo el caso de Ampurias por parte de los griegos o de Malaka por parte de los fenicios, se añadieron nuevas costumbres sobre las preexistentes. Esto se puede encontrar en la costumbre del banquete, probablemente ya existente en los tiempos anteriores al contacto entre los distintos pueblos, pero que con la relación entre ambas culturas surge en él los distintos rituales en torno al consumo de esta bebida alcohólica.

Al principiosu consumo empieza con la importación de ánforas y de morteros trípodes, imprescindible para triturar las especies que se añadían al vino. Este tipo de objetos podían ser compartidos por toda la comunidad, otorgando prestigio al conjunto de individuos que conseguían ofrecerlos, pudiendo ser uno de los primeros factores que posteriormente, con el surgimiento de la estructuración política, les impulsaráa formar parte de las élites.

Posteriormente, con el transcurso de los años y la continuidad del comercio con estos pueblos significó la introducción de la vid y los procesos productivos del vino, que fueron acompañados por la sofisticación de las importaciones y la introducción de vajilla de importación fenicio-púnica, griega y etrusca como elementos distintivos dentro del consumo.

La transformación de la vid al vino ha dejado numerosos vestigios arqueológicos con el hallazgo tanto de los materiales de almacenaje y consumo, como por las estructuras productivas al encontrarse prensas, comunitarias y privadas. El consumo de esta bebida por parte de las tropas cartaginesas y romanas han dejado su huella a nivel arqueológico, a partir del aumento de las importaciones durante la II Guerra Púnica. Esto se justifica ante la obligatoriedad de garantizar unos suministros a los ejércitos de ambos bandos, en los que el vino habría jugado un papel de complemento alimenticio muy destacado, en la que los soldados tenían garantizado mediante el derecho de ración una determinada cantidad de este alimento a percibir.

El paso de los contingentes por los diferentes territorios y su posterior proceso de romanización permitió el comercio y el establecimiento de redes clientelares con las distintas aristocracias locales reforzando el consumo de esta bebida alcohólica frente a la cerveza, bebida predominante hasta ese momento en el conjunto de la Península Ibérica.

El crecimiento de la demanda gracias a la introducción y popularización del consumo de este alcohol llevó a la creación de grandes estructuras de producción en las que se destinaban grandes extensiones de tierra para el cultivo y transformación de la vid. Este proceso vino acompañado o secundado por los procesos expansivos romanos en los que capturaba nuevos territorios, adaptándolos a su estructura económica y productiva y a su vez, imponía las costumbres romanas. Por lo que la demanda de este alimento y su producción se retroalimentaban, fomentando al mismo tiempo la estabilidad política y el comercio entre las distintas partes del Imperio.

El comercio entre los distintos puntos del imperio romano significaba una red de seguridad entre sus ciudadanos, porque en caso de malas cosechas se podía recurrir a aquellas partes del territorio no afectadas, minimizando el riesgo de hambrunas. Las políticas comerciales fueron acompañadas por el desarrollo de infraestructuras, innovaciones tecnológicas y medidas organizativas, que iban desde funcionarios encargados de garantizar el aprovisionamiento, hasta mejoras en la trama de puertos y en la capacidad de carga de los navíos.

A nivel arqueológico la conexión entre las diferentes zonas del imperio se traduce en un mosaico de tipologías y pastas de ánforas, que permiten reconocer la procedencia de las distintas importaciones, permitiendo establecer datos macroeconómicos en la producción vinícola de las diferentes regiones que conformaban el imperio.

En conclusión, la introducción del vino en la Península Ibérica se da en las primeras fases de los pueblos prerromanos gracias a los comerciantes fenicios y griegos. Los distintos pueblos prerromanos adoptan la producción y consumo de este alcohol, a pesar de ser mayoritario el consumo de cerveza, cambiando ese panorama con la llegada de los romanos y los procesos de romanización que invertirán la tendencia incentivando el consumo de esta bebida y creando mecanismos de producción a gran escala que serán favorecidos por la estructura estatal y el comercio con los distintos territorios del imperio.

Fuente| Rosa Mercado Guirado, colaboradora de Arqueogestión: Arqueología y Gestión Turística

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