La Premonición de Safeyce es una novela ambientada en la Prehistoria peninsular, en la Edad del Bronce (II milenio a.C.). Esta obra nos sumerge en la forma de vida de los poblados del momento. El Tesoro de Villena, hallado en 1963, vertebrará esta historia de ficción. En primera instancia, antes de analizar cualquier dato de carácter histórico o arqueológico en la novela, haremos un pequeño resumen de la misma.
Safeyce, la anciana hechicera del poblado de Beyaz Dünya, ha decidido dejar el poder de su magia en manos de su nieto Silmaad. El muchacho, ajeno a los pensamientos de su abuela, vive obsesionado por realizar un viaje al confín terrestre para descender, mediante un rito chamánico, al mismísimo inframundo. Cuando la hechicera le comunica su destino, Silmaad se rebela contra el mundo, pero la providencial llegada de unos viajeros desde Micenas hará que algo cambie en el joven: asumirá su responsabilidad bajo la atenta mirada de Safeyce.
A partir de este momento se suceden aventuras trepidantes y difíciles de imaginar en un mundo hostil. El joven tendrá que enfrentarse a fieros enemigos surgidos de Beyaz Dünya y a hombres peligrosos llegados de fuera. Consciente de su magia, luchará por salvar a los suyos, pero algo saldrá mal y Silmaad no conseguirá mantener con vida el poblado que le vio nacer. ¿Qué ha ocurrido para que todo fracase? Un desconocido viajero, llegado de tierras lejanas, traerá la respuesta.
Llegados a este punto iniciamos nuestro análisis histórico-arqueológico de la novela empezando por la periodización, la cronología en la que se desarrolla la trama; en este caso nos situamos cronológicamente en el llamado Bronce Final, en el contexto de la Península Ibérica. No obstante, la Edad del Bronce peninsular, en palabras de D. Martín Almagro Gorbea[1], es uno de los periodos de su protohistoria que presenta actualmente mayores problemas para su cronología relativa, lo que contrasta con la larga tradición histórica en su investigación; salvo para el Bronce Final, que constituye, en realidad, una fase de transición hacia el nuevo proceso de etnogénesis que caracteriza la Edad del Hierro[2].
En este caso, nos situamos en el Sureste de la Península Ibérica en el periodo cronológico que conocemos como Bronce Tardío (Finales del II Mileno a.C. y principios del I Milenio a.C. aproximadamente) que se caracteriza fundamentalmente por formas locales surgidas tras la Cultura del Argar, con cerámicas de carenas altas y botellas, que recuerdan a las del SW, y frecuentes intrusiones de cerámicas incisas y excisas de tipo Cogotas. Sin embargo, los contactos entre el Sureste y el Suroeste de la Península Ibérica durante el Bronce Final o Tardío está demostrado así como las relaciones transmediterráneas a través de la presencia en yacimientos como Cabezo Redondo de los tutuli de oro; aspecto que aparece en la obra de ficción en varias ocasiones en momentos muy puntuales pero muy significativos.
No obstante, es preciso destacar que la trama de la novela gira en torno a la sociedad que está presente en estos momentos de la historia en el poblado de Beyaz Dünya (yacimiento arqueológico de Cabezo Redondo, Villena, Alicante); un tiempo de transición, de cambios que van sucediéndose de una forma progresiva, lentos, pero con una gran repercusión a nivel social y económico, pero a la vez guardando ese sustrato ancestral. En este marco vamos a desglosar dos elementos importantes en la trama: el primero será la presencia de una élite en el poblado, y en segundo lugar la figura del chamán (Safeyce o su nieto Silmaad); estando por supuesto implícito todos los demás elementos sociales y económicos.
En lo que se refiere a las élites, de un modo general y con independencia de su ubicación geográfica, este estatus social de privilegio durante el bronce final o tardío tienen unas características comunes, unos mecanismos de construcción de poder[3] que tendrán como resultado la aparición o la presencia de una sociedad altamente jerarquizada, aristocrática y mercantilista. El primero de estos mecanismos es la identidad, es decir, que para estas sociedades jerarquizadas, el surgimiento de las élites, lleva aparejada la necesidad de construir su propia identidad como grupo diferenciado y la posibilidad de utilizar políticamente los mecanismos identitarios para generar o consolidar el poder. Otro de estos mecanismos es la acumulación de bienes, es decir, esas identidades requieren visibilidad y ocasionalmente ostentación. De nada sirve una identidad si permanece oculta o pierde su eficacia discriminatoria. Algunas de las causas de esta pérdida puede ser el fácil acceso al objeto-persona identitario; bien porque su fabricación no presente dificultades técnicas; bien porque el acceso a la materia prima o al proceso de producción no estén controlados. Pero las causas últimas están siempre en un cambio de las condiciones del entorno económico y social. Si bien, en este mecanismo de acumulación de bienes de estas élites también va implícito el intercambio de objetos e intereses, y por supuesto, todo ello tiene en conjunto un componente que además de ser diferenciador tiene un componente ritual.
Por ende, estamos asistiendo durante el Bronce Tardío en el Sureste peninsular, a la presencia de una élite, un linaje que gobierna un poblado, un territorio y controla todos los recursos naturales y económicos resultantes de la explotación del mismo. En el caso que nos ocupa, nos situamos en el actual yacimiento de Cabezo Redondo, un asentamiento situado a día de hoy en el término municipal de Villena (Alicante) sobre una ladera, con una estructura en aterrazamiento y poblamiento aglomerado, producto de un claro sustrato argárico[4], sin más separaciones o áreas de deambulación, en muchas ocasiones, que estrechos pasillos entre unidades de población. Las viviendas se adaptan al terreno, siendo casi siempre rectangulares o cuadrangulares, construidas con adobe y tapial y cubiertas con techumbre vegetal.
El actual yacimiento arqueológico de Cabezo Redondo, se sitúa cronológicamente entre el 1.300 y 1.100 a.C., si bien hay fechas obtenidas mediante Carbono 14 que lo sitúan en un periodo comprendido entre el 1.600 y 1.130 a.C. En las cercanías del poblado sabemos que se situaba entonces la laguna de Villena de agua salobre; lo cual unido a los numerosos hallazgos de restos animales domésticos dentro del poblado podemos imaginar que la principal actividad económica sería el pastoreo de ganado y la sal, además del comercio e intercambio de bienes por su situación estratégica del asentamiento.
Estos recursos a los que nos referimos, estaban controlados por una élite, por un jefe y su familia. De hecho, en el Poblado de Cabezo Redondo se puede intuir en algunos elementos ese sustrato de El Argar que caracteriza al Bronce Tardío en el Sureste peninsular: En la lectura de la obra “La Premonición de Safeyce” se observan claras diferencias de riqueza y estatus respecto al conjunto de un grupo, tanto masculino como femenino y tanto adulto como subadulto. Existiría una clase dominante (familia de Japtún en el libro) constituida por hombres, mujeres y niños, salvo neonatos que quedarían excluidos de dicha categoría. Y por otro lado estaría la clase servil que ocuparía los escalafones inferiores (al servicio de la élite).
Sin embargo, en lo que se refiere al poblamiento, también existen elementos que diferencian al Poblado de Cabezo Redondo de ese sustrato argárico; esa élite reside dentro del poblado en una casa claramente diferenciada de las demás, pero al igual que en el resto de unidades habitacionales del asentamiento, el espacio dentro de la misma es plurifuncional; es decir que en la misma habitación se procesan cereales, se teje o se llevan a cabo actividades metalúrgicas (taller de Tamiz en el libro), y en el caso de la casa del jefe, la misma sala central donde se sitúa el hogar servía como sala de asamblea o banquete, pero en ella también se concentraban las actividades artesanales y de almacenamiento. Es decir, que en Cabezo Redondo, se ajusta el concepto de Casa como unidad autosuficiente de producción y reproducción.
Finalmente, este sustrato del Argar también se pone de manifiesto en la importancia del pasado, de la genealogía y del culto a los antepasados; este comportamiento se expresa, por un lado, en la convivencia de vivos y muertos bajo el mismo techo (los difuntos se enterraban bajo las casas) y por la reapertura periódica de las tumbas para recibir nuevos enterramientos, y por otro lado, en la reiterada reocupación de las mismas viviendas o de los mismos terrenos durante generaciones, o en la existencia de reliquias familiares y del culto a los antepasados en forma de figurillas, ofrendas fundacionales o enterramientos de individuos infantiles, o de crías de animales, en el subsuelo de las casas.
No obstante, el registro funerario ofrece en el Sureste un panorama variado, que evidencia la ausencia de un patrón funerario normalizado[5], pues junto a cementerios de incineración, generalmente integrados por un número reducido de tumbas, se documentan sepulturas colectivas de inhumación y/o incineración, en muchos casos reocupando sepulcros megalíticos o antiguas cuevas de enterramiento (enterramiento de los huesos de Safeyce o del heredero de Japtún).
Por ende, en lo que se refiere a los ajuares, en su mayoría objetos de adornos y vasos cerámicos, presentan una relativa homogeneidad, y cuyo estudio ha permitido determinar la ordenación cronológica de los sepulcros y realizar aproximaciones de orden social y cultural, pero también confirmar la existencia de redes de intercambio interregional, al tiempo que un fuerte componente autóctono, como evidencian buena parte de las formas cerámicas o la implantación del rito inhumador, en muchos casos en el interior de antiguos monumentos megalíticos, lo que puede interpretarse como una forma de vinculación, real o ficticia, con los grupos del pasado (antepasados), sin que pueda hablarse de una mayor complejidad social que la observada en las sociedades argáricas.
Por otro lado, a nivel social y económico, ese sustrato de la cultura Argárica presente en el Bronce Tardío del Sureste peninsular evoluciona desde una sociedad de clases a una sociedad de Casas, de linajes, considerando El Argar como una Sociedad de Casa en gestación que colapsa antes de terminar de desarrollar sus atributos. Por ende, la base de la economía pasa de subyacer en el control del trabajo sobre la tierra a la propiedad de la misma. Este hecho también se refleja en la novela, ya que es a Japtún y a su familia a quien pertenece cada uno de los recursos del territorio sobre el que ejercen el control y la explotación de los mismos. Otro rasgo que muestra esa evolución del sustrato argárico es que en Cabezo Redondo la sociedad está basada en el parentesco, aunque ello no implica un modelo evolucionista (Japtún hereda la jefatura de su padre, al igual que Safeyce hereda de su padre la condición de chamán).
En lo que se refiere a la figura del Chamán durante el Bronce Tardío en el Sureste peninsular podemos intuir su presencia aunque no se encuentra constatada arqueológicamente a través de la comparación tal vez de las relaciones con el Suroeste de la Península Ibérica y la presencia de numerosas estelas de guerrero; y más sencillamente por las numerosas pinturas rupestres que siembran la península ibérica desde el Paleolítico Superior, y que pudieron ser utilizados por las comunidades humanas , y en particular por estos chamanes, como lugar sagrado y culto a los antepasados. Tal y como hemos comentado anteriormente, ese culto a los antepasados está constatado por las diversas ocupaciones de determinados lugares. Imaginamos a éstos al lado o emparentados con las jefaturas, con las élites, con las que podrían guardar relación en ciertos aspectos como el que el status de chamán, al igual que el de jefe, es de transmisión patrilineal pero no guarda un modelo evolucionista. Estos aspectos se ven claramente en el libro, Safeyce una hechicera hereda ese status de su padre y se emparenta con la familia de Japtún (con la élite) por vía matrimonial con el hermano de éste.
En cuanto a esas relaciones entre el Sureste y el Suroeste peninsular durante el Bronce Tardío está adecuadamente constatado arqueológicamente en diversos aspectos que ya hemos comentado (tutuli, la presencia en el Sureste de cerámicas de carenas altas y botellas que recuerdan a las del SW, y frecuentes intrusiones de cerámicas incisas y excisas de tipo Cogotas); pero en el libro estas relaciones y contactos con otros pueblos del interior está marcado por un viaje que el protagonista de la historia hace junto al jefe del poblado y otros personajes hacia el Oeste, hacia poniente, buscando ese componente ritual que en las culturas antiguas tiene, de mil maneras distintas para cada una de ellas, el hecho del atardecer, del fin del día; para estas gentes ese aspecto de la naturaleza tiene un componente fúnebre, es el fin del mundo, el sol desciende al inframundo para renacer al día siguiente. Pero sin duda alguna, hay un aspecto fundamental que nuestros protagonistas se encuentran en su viaje, y es la presencia en el Suroeste de poblados parecidos al suyo, mucho más rudimentarios pero cuyos jefes marcar sus territorios o su poder sobre el mismo (aspecto ritual) con grandes losas de granito, es el mundo de las llamadas estelas de guerrero o estelas decoradas.
No obstante, aunque el universo de la arqueología española ha avanzado mucho en los últimos tiempos hay que decir que aún hoy la explicación del fenómeno de las estelas decoradas[6] sigue siendo insuficiente; sin embargo, existen una gran cantidad de posturas con respecto al origen y valoración de los distintos elementos representados en las estelas, así como su integración dentro de un contexto arqueológico concreto[7]; pues no sería hasta aproximadamente 1996, a raíz de la publicación de un estudio de Almagro Basch[8], cuando cobran verdadera importancia estos monumentos tras un análisis profundo de cada uno de sus elementos[9].
En el caso de las estelas del Suroeste, las cuales se describen de una forma magnífica en novela durante el viaje de nuestros protagonistas en busca de “las tierras del fin del mundo”, ocupan un puesto destacado en todas las explicaciones constructivas[10] de la evolución del Suroeste de la Península Ibérica entre finales de la Edad del Bronce, la colonización fenicia y el desarrollo de la cultura tartésica. Por ende, su correcta delimitación cronológica sigue resultando objeto de debate, de acuerdo con la interpretación que se haga de los llamativos objetos representados en las mismas.
Por un lado, existen propuestas que ubican estas estelas en contextos funerarios, pero la teoría más aceptada por los investigadores es la interpretación de las estas estelas como hitos[11] de referencia, visibles en el paisaje y que marcan recursos y vías de paso, necesarios para quienes, como ganaderos o comerciantes, se desplacen por el territorio; y de hecho, muchas de ellas parecen emplazarse en la intersección de dos zonas ecológicas complementarias, e incluso marcar límites territoriales.
Otros de los temas que se tratan en la lectura de la novela es el aspecto de la llegada de viajeros al poblado que traen noticias desde el Este, desde la costa, relatos de marineros que hablan a las gentes del poblado de grandes civilizaciones y conflictos bélicos que nos hacen un retrato del Bronce Final en el Mediterráneo Oriental donde los grandes hitos son las civilizaciones de Micenas, el Reino de Hatti (Hititas), Ugarit o Egipto. Aparte de lo que nos relata la autora en su novela, sabemos a través del registro arqueológico que en el Mediterráneo durante el Bronce Final era un mundo totalmente distinto al que existe en el interior de la Península Ibérica en el mismo periodo.
Sabemos de la presencia de grandes imperios, y Ciudades-Estado que en ocasiones mantenían relaciones pacíficas y comercio, y en otras se enfrentaban en guerras. El primero de los ejemplos que aparecen en el libro es la mención al pueblo de Micenas, el cual era una civilización de tipo estatal que se aglutinaba en torno a palacios, centros aglutinadores de la economía y la administración (Palacio de Knossos) que era controlada y registrada cuidadosamente mediante escritura (Escritura Lineal B, aún hoy no descifrada) sobre discos o tablillas. En segunda instancia, el libro también nombra la civilización hitita y la egipcia a través del conflicto bélico que ambas mantuvieron y que quedó en tablas en la famosa Batalla de Qadesh. No sabemos a ciencia cierta el vencedor de la batalla aunque en el Templo de Karnak (Egipto) existe un jeroglífico donde se narra la confrontación y se ve a Ramsés II como vencedor de la misma.
Por otro lado, también se hace mención de la desaparición de estas culturas (Hatti, Micenas y Ugarit) como consecuencia de la llegada de los llamados “Pueblos del Mar”; no sabemos quiénes eran estos pueblos ni de donde procedían por lo que la mayoría de los investigadores coincide en que esta “invasión” se trate más bien de una serie de factores de tipo climático, económico y social que produjeron la crisis y desaparición de forma escalonada de estas culturas.
La parte final del libro aborda ya la decadencia de Beyaz Dünya, y en general de todos los poblados del interior de la Península Ibérica. Es la transición a la Edad del Hierro cuando se produce una transformación a nivel mundial. Efectivamente, como acentuación de lo que había sucedido a partir del 1200 a. C. con el colapso generado por los “pueblos del mar”, la Edad del Hierro supone el traslado del centro de gravedad desde Oriente (donde se debilitan los grandes Imperios) hasta Occidente, donde aparecen dos nuevos elementos que unifican el espacio Mediterráneo: fenicios y griegos.
No obstante, pervive esa diversidad cultural, y que va prefigurando las distintas culturas que entrarán en contacto con Roma siglos más tarde y que conservaron sus rasgos bien con una gran pureza autóctona (culturas de la Europa Nórdica, de las Islas Británica) o bien influidos por los nuevos centros de poder (Tartessos es, quizás, el ejemplo más característico de una sociedad del Bronce Final que evoluciona recibiendo el contacto con los pueblos colonizadores).
Respecto de las formas de vida y del desarrollo económico, asistimos a la especialización de algunas sociedades que se enriquecen con actividades económicas puntuales (la cultura de Hallstatt por la explotación de la sal gema del entorno), con el control de explotaciones mineras (la Cultura de Vilanova, en Italia o de Tartessos en la Península Ibérica) y que, en cualquier caso, desarrollan un activo comercio bien de estos productos o de otros en cuyas rutas comerciales prestan gran atención (ámbar, vidrio…) o bien de algunos sobre los que actúan como redistribuidores (los bienes de prestigio derivados del contacto con los griegos y los fenicios).
Esta parte de los primeros pueblos de la I Edad del Hierro está muy bien documentada al final de nuestra novela. No obstante, no me pertenece a mi desvelar los secretos del final de una maravillosa novela que merece la pena leer y dejarse envolver por la magia de los antepasados y por el misterio del descubrimiento del famoso Tesoro de Villena allá por 1963; como dijo la autora ahora es nuestro turno, el de los arqueólogos el continuar la investigación de este periodo tan apasionante de la prehistoria peninsular, y es al lector al que pertenece el placer de descubrir el final de una trama llena de magia, de secretos ancestrales, de animales totémicos, de pueblos y culturas distintas y por supuesto de amor. Yo por mi parte ya lo he descubierto y el resultado es esta extensa reseña basada en las investigaciones de grandes expertos de renombre en la materia.
Fuente| MONDEJAR MARTÍN, M. R. “La Premonición de Safeyce: el último tesoro de la Prehistoria”
Bibliografía Usada en la Reseña
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[2] ALMAGRO GORBEA, M. y RUIZ ZAPATERO, G. “Paleoetnología de la Península Ibérica” en Complutum 2-3. Madrid, 1992
[3] PEREA, A. “Los mecanismos identitarios y de construcción de poder en la transición Bronce-Hierro” en Trabajos de Prehistoria 62, nº 2, 2005, pp. 91-103.
[4] RUIZ-GALVEZ PRIEGO, M. “¿Sociedad de Clase o Sociedad de Casa? Reflexiones sobre la estructura social de los pueblos de la Edad del Hierro en la Península Ibérica” en Más Allá de las Casas, Cáceres, 2018, pp. 13-40.
[5] LORRIO J., A. “El Bronce Final en el Sureste de la Península Ibérica: Una revisión desde la arqueología funeraria” en AnMurcia 25-26, 2009-2010, pp. 119-176.
[6] VAQUERIZO GIL, D. “Dos nuevas estelas de guerrero en la provincia de Badajoz”, 1985.
[7] ENRÍQUEZ NAVASCUÉS, J.J. “Dos nuevas estelas de guerreros en el Museo Arqueológico Provincial de Badajoz”, 1982.
[8] ALMAGRO BASCH, M.: Las estelas decoradas del Suroeste peninsular. B.P.H., vol. VIII. 1966.
[9] CELESTINO PÉREZ, S. “Los carros y las estelas decoradas del suroeste” en Homenaje a J. Cánovas Pessini. Excma. Diputación de Badajoz. Badajoz, 1985, pp. 45-55.
[10] GALÁN, E. “Las estelas del Suroeste: ¿historias de gentiles damas y poderosos guerreros?” en Proyecto de Investigación “Héroes mediterráneos: comercio, escritura y pensamiento abstracto”. Departamento de Protohistoria y Colonizaciones. Museo Arqueológico Nacional.
[11] RUIZ GÁLVEZ-PRIEGO, M. y GALÁN DOMINGO, E. “Las Estelas del Suroeste como hitos de vías ganaderas y rutas comerciales” en Trabajos de Prehistoria 48, 1991, pp. 257-273.
Bibliografía Anexa de la Premonición de Safeyce
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