La cal, y el oficio que de ella deriva, el calero, es sin duda parte de la historia cacereña tratándose este de un oficio ya desaparecido, pero del cual nos quedan vestigios, primero a nivel arqueológico, o más bien etnográfico, a través de los hornos que aún podemos ver en la ciudad (hoy monumentos) o también a través del nombre de la calle que nos lo recuerda, la calle de caleros o Calle Caleros. De hecho, de ello tenemos constancia histórica a través de Boxoyo quien en su manuscrito del siglo XVIII, procedente del Archivo de los Golfines que pone de manifiesto la gran importancia de este oficio en Cáceres, los caleros, ligados a la explotación de los entonces diversos hornos de cal que existían en la ciudad y en los alrededores como consecuencia de la abundancia de la roca caliza (de ahí el nombre del Calerizo) la cual tras el paso por estos hornos, la cal era utilizada como material ligado a la construcción y a los tradicionales enjalbegados de las fachadas.

Este texto al que nos referimos es el siguiente[1], escrito por Simón Benito Boxoyo, quien da cuenta de la cal y las cavernas de donde se obtiene: “Desde este raudal (el Marco) principia el mineral calizo de que se surte  mucha parte de la provincia por su buena calidad, consta de varias especies de cal para diferentes usos y fábricas. Su extensión es de tres leguas en circuito con mucho número de hornos. El terreno está lleno de profundas cavernas, unas ocultas y otras manifiestas: dos se registran, una llamada cueva de San Benito, otra de la Becerra; la primera tiene muchos pasos de longitud y latitud y se duda si ha visto alguna persona su fin, porque, a la verdad, causa temor y es necesario para ello entran por una angosta boca, el sitio oscuro, húmedo y con no pocos murciélagos. La segunda nada tiene que atemorice, porque aún siendo de mucha extensión, se camina horizontalmente con la luz de su entrada hasta su fin”.

La cal se obtenía de yacimientos de roca caliza, de numerosas cavidades cavernosas en la zona de la Ribera del Marco, y como consecuencia de ello se crearon numerosos hornos en los alrededores de la misma, pero también en zonas alejadas; a ellos, al igual que ya lo haría Boxoyo en el mencionado texto, también se refería D. Floriano Cumbreño quien habla de ellos como protagonistas de uno de los primeros oficios de la villa: “Los caleros fueron numerosísimos desde los comienzos por la gran abundancia que de este material había en los alrededores de la villa, especialmente en la parte sur (el Calerizo) donde bien pronto se establecieron hornos que produjeron cal (morena y blanca) en cantidades industriales […][2]”.

Por otro lado, tal y como corresponde, el Concejo de Cáceres también dictó una serie de Ordenanzas regulando tal oficio: “Ordena lo que se a de pagar de cada fanega de cal que se sacare y la pena del que la sacare sin alvalá. Primeramente que cualquier persona o personas, vezinos e moradores desta villa o de sus terminos o de otras partes qualesquier, que sacaren cal desta villa e de sus terminos que paguen al nuestro arrendador o arrendadores por cada fanega de saca dos maravedís, y qualquier que la sacare sin alvalá que pierda la cal y los costales e las bestias, e más seysçientos maravedís por cada vegada, y esto que se pueda ver por pesquisa, sea la mitad de la dicha pena para justiçia e regidores e la otra mitad para el dicho arrendador […]”[3].

Cercanos al nacimiento de la Rivera del Marco se encontraban los hornos y canteras de cal del Espíritu Santo. Otros más alejados se situaban en los alrededores del cerro de Cabezarrubia. Junto a la cueva del Conejar se encontraba un horno de cal y la cueva de Maltravieso apareció cuando se explosionaron los terrenos para la obtención de la piedra caliza. Hoy se puede observar el horno de cal situado junto a la estación de autobuses, cuyos últimos propietarios fueron la familia Cordero.  No obstante, a lo largo de nuestras rutas hemos documentado otros ejemplos de hornos de cal un poco más alejados de la ciudad de Cáceres, en la Sierra del Risco, cercanos a la localidad de Sierra de Fuentes de los cuales ya hablaremos más adelante.

Simón Benito Boxoyo ya se refiere al oficio de Calero en el siglo XVIII pero en Cáceres, y gran parte de Extremadura, es mucho más antiguo pues las primeras documentaciones sobre hornos de cal aparecen alrededor del siglo XVI cuando prácticamente el 100% de las construcciones de la época estaban construidos con la cal, usada como argamasa y enlucido de los mismos; e incluso más antiguos, si recurrimos a la arqueología, que revela mediante el hallazgo de algunos vestigios en villas que la obtención de cal mediante la cocción de piedra calcárea en hornos de cal es una técnica muy antigua y que se remonta al menos a la época romana y se mantiene durante el periodo islámico.

Los hornos dejarían de funcionar en los años 70 del pasado siglo coincidiendo con el inicio de la decadencia de la industria de la cal, cuando comenzó el abandono de las estructuras tradicionales como consecuencia de la mecanización y la urbanización, y por ende muchos de los oficios artesanos, entre ellas la de caleros, se fue quedando anticuada y acabó por desaparecer.

Pero ¿Qué es un horno de cal y cómo funcionaba? Los hornos de cal son construcciones cilíndricas que sobresalen del nivel del terreno y que están configuradas por una serie de elementos arquitectónicos permanentes y otros no permanentes, que se montan y desmontan en cada hornada. Por su parte, un horno de cal no se podía situar en cualquier parte sino que era importante elegir el emplazamiento adecuado. Los terrenos preferidos son zonas en pendiente, donde abundan las materias primas, con una explanada a pocos metros que facilitaban la construcción de la olla y la carga y descarga del horno. Otra cuestión importante es que las dimensiones de cada horno parecen estar relacionadas con las características de almacenamiento de la cal. Ya desde la antigüedad, la producción de óxido cálcico se realiza a pequeña escala, según las necesidades, ya que la cal, aunque esté almacenada en condiciones óptimas, tiene una corta vida.

En lo que se refiere a las partes de un horno de cal hay que distinguir aquellas que son permanentes de las que no. En primera instancia estaría la olla, excavada en la tierra, y generalmente tenía unos 6 metros de diámetros y unos 2 metros de profundidad aproximadamente. Una vez excavado la olla, esta se encañaba alrededor con un muro de piedra formando un horno. Cuando dicho muro llegaba a la superficie pasa a tener doble cara y se construye mucho más ancho con el objetivo de mantener el calor durante la cocción. Este muro se prolonga hacia el exterior de la tierra coronando la estructura y se recubría de piedra.

En cuanto al proceso de obtención de la cal la producción de una hornada duraba aproximadamente un mes: una semana para cargar, una para hacer la cocción, una de enfriamiento y la última para descargar el horno. Debido al tiempo que duraba la cocción, es habitual encontrar varios hornos de cal relacionados en una pequeña área (zona de Sierra de Fuentes), formando conjuntos. Siempre que la cantidad de materia prima lo permitía, los artesanos aprovechaban la estancia en la zona para hacer más de una hornada de manera simultánea. La larga duración del proceso determinaba también que a veces se utilizasen abrigos adaptados como refugio o habitación.

El proceso de producción empezaba con la selección de la materia prima del entorno más inmediato: piedra calcárea para generar cal viva (en el caso de la zona que tratamos sería la zona inmediata del Calerizo) y madera como combustible. No obstante, antes de empezar a colocar la materia prima en el horno, éste debía limpiarse de residuos procedentes de cocciones anteriores, quitando los restos de piedra y ceniza. Si era necesario, se recubrían las paredes de arcilla en aquellos puntos donde hubiera desaparecido. Las paredes debían estar totalmente cubiertas de arcilla que, una vez seca y en contacto con el fuego, formaba una capa que evitaba la pérdida de calor.

Una vez cargado el horno de piedra y leña, el momento de la cocción dependía de varios factores, como la meteorología o la disponibilidad de mano de obra. Generalmente, se realizaba en verano, evitando los días de lluvia. Esta acción era muy importante, ya que determinaba el resultado del producto final. Cuando el maestro calcinero determinaba que se había acabado la cocción, ya no se introducía más combustible, y se procedía a tapar la boca del horno con piedras y arcillas, dejando una pequeña obertura para la cocción final de la piedra. Durante una semana, el horno se mantenía tapado para que se fuera enfriando lentamente.

Cuando el horno ya se había enfriado, se derrumbaba la bóveda y se destapaba la boca. Una señal de que la piedra estaba bien cocida era que la bóveda de piedras hubiera desaparecido. El uso de la madera favorecía, con un bajo nivel de carbón y de cenizas, la presencia de pocos deshechos y la descarga del horno. Esta ceniza mezclada con cal se podía utilizar posteriormente para evitar que creciesen hierbas en los bordes de los caminos. Para extraer la cal del horno, se hacía un agujero o se desmantelaba la portada.

Como conclusión final decir que a día de hoy, como la mayoría de las estructuras tradicionales, los hornos de cal en la actualidad están totalmente abandonados, motivo que explica el deficiente grado de conservación de  estas estructuras, aunque en el caso de Extremadura algunos, como los que presentaremos a continuación han sido recuperados para el turismo y están declarados Bien de Interés Cultural.

Fuente

[1] MARTÍN BORREGUERO, J.C., JIMÉNEZ BERROCAL, F., y FLORES ALCÁNTARA, A.P. La cacereña ribera del Marco, Cáceres, 2008, pág. 121

[2] MARTÍN BORREGUERO, J.C., JIMÉNEZ BERROCAL, F., y FLORES ALCÁNTARA, A.P. La cacereña ribera del Marco, Cáceres, 2008, pág. 180.

[3] MARTÍN BORREGUERO, J.C., JIMÉNEZ BERROCAL, F., y FLORES ALCÁNTARA, A.P. La cacereña ribera del Marco, Cáceres, 2008, pág. 180.

BENITO BOXOYO, S. “Noticias Históricas de Cáceres y Monumentos de la antigüedad que conserva. Cáceres, 1794” en Noticias Históricas de Cáceres y Monumentos de la antigüedad que conserva, Enrique Cerrillo Martín de Cáceres (ED.). Cáceres, 2009.

Imagen de portada cedida  al presente trabajo por D. José Antonio López Robledo

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