A lo largo de algunos artículos hemos hecho mención y descrito algunos elementos que salpican el territorio extremeño y que desde un punto de vista cultural catalogamos como “etnográficos”; muy desconocidos para el común de las personas y que suelen verse como “viejas construcciones en mitad del campo” y que forman parte de nuestro patrimonio tradicional, que sin duda alguna ha creado correlatos paisajísticos de evidente valor cultural a través de la singularidad que reflejan sus ricas tipologías constructivas y que con sus características ha supuesto para unas formas de vida tradicionales de unas gentes en contacto directo con la naturaleza, constituyéndose de esta manera, junto a otros elementos, un icono fundamental de la identidad extremeña.
Estos elementos son el reflejo de una realidad histórica en el siglo XX, y es que Extremadura, entra en esta centuria siendo una comunidad eminentemente agrícola, ganadera y artesanal; una realidad que venía ya de siglos anteriores. Es por tanto, una sociedad rural y ganadera, en la cual una parte de esas gentes vivía de la agricultura o de la ganadería, o de ambas, o tal vez de la artesanía manufacturera. La Mesta todavía a principios del siglo XX tenía cierto poder y la trashumancia del ganado seguía siendo una actividad importante; además del aumento de los latifundios.
Esta realidad descrita a grandes rasgos cambia a partir de la segunda mitad de esta centuria, y concretamente a partir de los años 60; años que marcan un límite generado por varios factores como el abandono de los sistemas de producción/transformación agropecuarios vigentes hasta ese momento, la modificación sustancial de las técnicas constructivas gracias a unas mejores vías de comunicación, el abaratamiento de los materiales industriales, la paulatina desaparición de los alarifes (constructores tradicionales) y la vertiginosa sustitución de la arquitectura tradicional o vernácula por la arquitectura institucionalizada. Todo ello unido a la sangría migratoria que tendría consecuencias inmediatas en la propia configuración territorial, en el abandono de las tierras labradas y de las propias viviendas. En suma va a tener una repercusión inmediata en la arquitectura tradicional, en definitiva se abandona el campo, y con ello todas las estructuras o elementos que hoy siembran en ruinas el paisaje de Extremadura.
Entre este rico Patrimonio Etnográfico y Cultural existe un elemento que en algunas ocasiones se suele pasar por alto y que fueron de una gran importancia tanto en la actividad agrícola y ganadera propia de esa realidad de principios del siglo XX. Este elemento son los pozos o “aljibes”, construcciones que, al igual que el resto de los elementos etnográficos, se construyen con el material predominante de la zona en la que se hallan, y de muy diversa índole u forma. Estas construcciones destinadas a la extracción de agua, generalmente asociadas a manantiales naturales, presentan brocales de roca (granito, pizarra…) y cuyas plantas pueden ser tanto circulares como cuadrangulares.
En general, los pozos que hemos documentado hasta el momento los hemos hallado en un contexto de campo abierto junto a los caminos relacionado con el pastoreo, la trashumancia, presentando algunos de ellos grandes pilas, generalmente de granito, que el pastor llenaba para el abrevadero de los grandes rebaños que cruzaban Extremadura a lo largo del año. Otros pozos se sitúan en el contexto de los pueblos, lugares públicos donde se extraía el agua para el abastecimiento de los hogares. No obstante, existían otros incluso en el interior de las casas, que de alguna manera garantizaban el suministro de agua en épocas de estiaje, y que facilitaban el acceso a las aguas subterráneas; solventando de esta manera el problema de escasez de precipitaciones propio del clima mediterráneo, caracterizado por periodos de aridez estival y la extrema variabilidad interanual de sus temperaturas y precipitaciones; causante como bien es sabido, a lo largo de la historia hasta inicios del siglo XIX, de graves daños a la población y dando lugar a episodios ocasionales de catastróficas hambrunas.
A lo largo de nuestras rutas o trabajos de prospección arqueológica hemos documentado y puesto sobre carta una gran cantidad de estos elementos, pero en esta entrada vamos a mencionar dos que nos han parecido muy interesantes su visita, no solo por el valor de estos bienes etnográficos sino por la oportunidad de encontrarme con lugareños a los cuales preguntar sobre su origen y función. Además, preguntamos al cronista oficial, D. Francisco Javier García Carrero, sobre ellos, y nos comentó que al situarse en las afueras de la localidad de Arroyo de la Luz, eran pozos que no surtían de agua a la población arroyana pero sí a los animales, principalmente de paso.

El primero de estos pozos se halla junto al camino señalado en el mapa topográfico nacional como “de Araya”; allí nos encontramos con dos paisanos que nos hablaron un poco sobre el conocido como “Pozo Nuevo” situado en el paraje llamado en el pueblo como “Los Campos”. En el topográfico nacional aparece dicho topónimo como “Campo Primero” en la llamada como “Alberca del Caballo”. Este pozo tiene un brocal de granito cuadrangular de 5 x 5 metros aproximadamente y se puede catalogar como “pozo de bóveda” o aljibe como dijeron los paisanos dado que no se halla encañado hasta el fondo, éste se halla excavado en la roca y se puede ver cómo sobre la roca se levantan bóvedas de ladrillo que sustentan el brocal granítico. Este en concreto se halla en un paso fundamental para el ganado, presenta a su alrededor varias piletas de granito para el abrevadero. Sobre este, los paisanos que hallamos junto al pozo nos dijeron que se construyó a mediados de los años 50 o 60 de la pasada centuria y era una parada casi obligatoria para las majadas que venían procedentes del norte, para atravesar el Puente de San Marcos hacia la población de Arroyo de la Luz siguiendo la vía pecuaria. Además, el cronista nos aportó otro dato sobre este lugar, y es que en él varias personas del pueblo lo usaron para quitarse la vida.





El segundo de estos elementos nos pareció aún más peculiar, se sitúa a unos 900 metros al sur del Pozo Nuevo y se llega a él por el camino que lleva su nombre “Camino de Pozo Núñez”. Este pozo al igual que el otro tiene un brocal granítico cuadrangular de 4 x 4 metros, pero presenta la particularidad de que en él existen unas escaleras, también de granito que bajan hasta el nivel del agua. En el momento de nuestra visita, estas escaleras se hallaban parcialmente sumergidas y no se veía la bóveda, pero por sus características este pozo podríamos catalogarlo como uno de esos aljibes buscando parecidos en otros elementos similares en la geografía cacereña. Este también estaría relacionado con la trashumancia del ganado pues este también presenta varias piletas graníticas que llegaba hacia Arroyo de la Luz procedente del norte, tal vez de Brozas, dada su cercanía al cordel que circula paralelo a la Dehesa Boyal.





