La siguiente serie de artículos lo presento, en primer lugar como un homenaje al libro “Historias de Tesoros, Tesoros con Historia” a cuya presentación oficial tuve el inmenso placer de asistir; y en segundo lugar, ya como coronación de esas Jornadas de Protohistoria que trataron de un modo distinto lo que los investigadores entendemos por “Casas”, las cuales hay que ver “de puertas para adentro” (patrones sociales e ideológicos pero también “de puertas para afuera” (patrones políticos). Ello, aunque creamos que nada tiene que ver, su relación con los tesoros arqueológicos es evidente, y ello es lo que trataremos de explicar a través de una serie de artículos donde explicaré desde un modo científico y arqueológico qué entendemos por “tesoro arqueológico” y que aspectos encierra este para la investigación.
El tesoro arqueológico, en palabras del Profesor Pablo Ortiz Romero del IES “Cristo del Rosario” (Zafra, Badajoz), es serendipia en estado puro. Es incontrolable, aparece por el azar absoluto, en el momento más inopinado y en la circunstancia más insólita. El descubridor asiste atónito a unas riquezas que brotan de golpe del suelo, deslumbrado y desquiciado. La serendipia arqueológica de los tesoros es un proceso de fuerzas desatadas, de elementos que vapulean al descubridor y lo colocan a merced de otros, haciéndole vivir situaciones insólitas, obligado a salir de su mundo y a relacionarse con gentes extrañas. El oro, que deslumbra más si es imprevisto y abundante, altera parte de la vida de quien lo encuentra, excitado por la posibilidad de solventar los problemas de cada día, pues la pobreza es mala cosa. Porque esto de la serendipia arqueológica, digámoslo así, es cosa de pobres: campesinos sin tierra, jornaleros, niños sin escolarizar trabajando en los campos,… cuando el tesoro hace su aparición el efecto serendípico va encontrando cauces por donde la vorágine del hallazgo va siendo sometida. Aun con los condicionantes socioculturales que impone el devenir histórico, es posible acercarse a algo parecido a un modelo que ayuda a definir qué elementos y circunstancias concurren en el hallazgo (y gestión) del tesoro.
El tesoro arqueológico, si verdaderamente lo es, pues en él establecemos categorías menores (tesorillo), se convierte rápidamente en un mito, algo a lo que casi nunca es ajeno el proceso por el que las joyas llegaron a las vitrinas del museo. La historia del hallazgo hace mucho por conformar el mito y, fase rica en protagonistas y dimensiones, supera incluso al estudio científico cuando este se plantea. No se trata de establecer escalas de importancia, pero en lo mítico no hay nada como la actuación del elemento humano dentro de una atmósfera de serendipia desatada. Se trata de algo que supera incluso a los estudios científicos, pues el mito tiene sus anclajes en el terreno de lo emocional y arraiga por generaciones enteras en la memoria colectiva de las sociedades. De hecho, qué es un estudio científico de un tesoro arqueológico sino un antídoto contra lo mítico, una suerte de desmitificación previa ante el hallazgo en sí, como de su historia y de las investigaciones que ha generado (Pablo Ortiz, 2017: 14).
El arqueólogo accede al tesoro y sus circunstancias con la intención de comprenderlo y explicarlo. En cambio, el común de las gentes lo que quiere es aprehenderlo, desencadenar los fuerzas de la serendipia para que esta se muestra favorable y saque de la tierra las joyas ocultas. No hay otro camino para ello que el conjuro, de manera que nos introducimos en el oscuro mundo de la fabulación y lo irracional. Es reacia la serendipia a ser domesticada, pues si lo permitiera dejaría de ser tal, así que el ser humano ávido de riquezas ha de organizar todo un complejo entramado de ceremonias propiciatorias para que las fuerzas ignotas del azar se le muestren a merced. Es el núcleo del mito del tesoro, terreno vedado para los estudios científicos que no encuentran la manera de neutralizarlo. El tiempo pasa y los entornos socioeconómicos se transforman, pero el tesoro oculto levanta las mismas pasiones en la Edad Medio que anteayer u hoy.
Es en esta misma dimensión donde germina lo rocambolesco y hasta lo esperpento, donde el tesoro arqueológico ha perdido el calificativo y se queda solo en tesoro, un conjunto sin más valor que el que tiene el oro al peso en el mostrador del platero. El tesoro precipitado o lanzado en dirección contraria a la ciencia, allá donde habitan los pobres sin esperanza, el aventurero loco y el chamán de lo imposible (Pablo Ortiz, 2017: 15).
Fuente| Romero Ortiz, P. “El Tesoro Arqueológico o la serendipia desatada” en Historias de Tesoros, Tesoros con Historia; Cáceres, 2017, pp. 13-36.
Un comentario en “El Tesoro arqueológico (Parte I): El Mito”