Sin duda alguna, la casa es uno de los espacios esenciales en la existencia del ser humano. Su análisis histórico obliga a imbricar los aspectos materiales e inmateriales que han cobijado y entrelazado las vidas de familias, linajes y comunidades; es por tanto normal, que las jornadas donde tuvimos el gran privilegio de asistir giraran en torno a esas realidades políticas, sociales, y… ¿Por qué no? Ideológicas surgidas en la protohistoria peninsular, que se fundamentan en patrones de asentamiento, necrópolis y por supuesto también en la arquitectura doméstica entendiéndose la casa como un espacio social (aspectos tangibles como quienes viven allí) pero también como un espacio político; es decir, viendo la casa “de puertas para adentro” (aspecto social) o “de puertas para afuera” (aspecto político).
Todo ello nos permite conocer estatus y adentrarnos en hábitos y pautas de comportamiento conectado con lo que ocurre fuera de la casa, aspectos externos a la misma que lanzan mensajes de poder o tal vez de igualdad; cuestiones en las que se reconocen mecanismos donde encajan las casas, es decir, estructuras políticas. Respecto a todo ello se distinguen tres líneas de investigación bien definidas: la primera son grupos domésticos entendidos como concreciones domésticas vinculadas por honor (estos grupos pueden o no estar emparentados); una segunda línea son las casas institución cuyo fin es ampliar y transmitir los bienes materiales que pueden o no estar relacionados consanguíneamente; y una tercera línea son los linajes clientelares, un modelo definido por la Universidad de Jaén, que se refiere a ellos como linajes relacionados por aspectos de fidelidad, muy unido al culto de los ancestros.
Familias, linajes y comunidades de la protohistoria peninsular: El Registro Arqueológico, aspectos de análisis
Desde un punto de vista arqueológico, el análisis de las Casas, sea entendida de una forma u otra, es un registro que hasta hace muy poco tiempo se hallaba preso del historicismo cultural, siendo relativamente recientes el acercamiento a todo ello, y mirar dentro de las Casas es una manera de mirar más allá de las mismas. Este registro al que nos referimos nos llevará en muchos casos a casas cuyo registro arqueológico interno sea totalmente inexistente o es escaso.
Visto de esta forma, se pueden estudiar varios niveles de análisis: En un primer nivel nos encontramos los materiales de construcción, la tradición cultural e identitaria, y por supuesto el simbolismo; en un segundo nivel se intentaría hacer un análisis sobre las plantas de las casas, donde además hallamos un conjunto de aproximaciones al espacio doméstico como son los gráficos de accesibilidad, funcionalidad, fenomenología (cuestiones sobre cómo se percibía la luz en el interior de la vivienda o cuestiones de visibilidad, olores,…etc.), ecosistemas visuales, topografías de género, y por último biografías de las casas, a lo cual nos referiremos más tarde. El tercer y último nivel de análisis son los grupos u organización social en relación con las casas; lo cual nos llevará a cuestionar aspectos como la diferenciación social, y hay que tener en cuenta otras variables pues en dicho análisis será importante el tamaño de las casas, la monumentalidad, la capacidad de almacenaje, y por último la serie de elementos de prestigio.
Sin duda alguna, lo más básico será la arquitectura doméstica, es decir, los materiales perecederos o imperecederos; en ocasiones, como en el caso de las estructuras de las casas de la Edad del Hierro, no contamos con iconografías por lo que los arqueólogos estamos sujetos a interpretaciones y será la arqueología experimental la que nos dará las claves. Por otro lado, las tradiciones culturales e identitarias son aspectos muy importantes a la hora de establecer este tipo de análisis pues nos permiten distinguir distintas zonas estando éstas sujetas a la disponibilidad de materiales que permitirán o no mantener esa tradición. También hay que tener en cuenta la topografía y visualización de los equipos domésticos que nos permiten crear una semántica visual de las casas identificando aspectos como pueden ser los distintos tipos de cerámicas presentes en las mismas. Sin embargo, hay algo que siempre ha de tenerse en cuenta, y es que cualquier tipo de análisis arqueológico que se enfoque al paisaje, al poblamiento, y por supuesto a las casas, tienen que tener en cuenta enfoques teóricos, tradiciones arqueológicas, escalas geográficas, y por supuesto, escalas de tiempo.
Sistemas de Casas en la Sociedad Ibérica del Suroeste y Noroeste de la Península Ibérica.
En una primera instancia, creo conveniente definir qué vamos a entender como una “Sociedad de Casas”. En la segunda parte del libro “La vía de las máscaras” (Claude Leví-Strauss), se reflexiona sobre los problemas de Fran Boas para definir los sistemas de parentesco de los indios boatur, los cuales no estaban claros que fueran patrilineales ya que sus individuos se consideraban, tanto descendientes del linaje paterno como del materno; pero tampoco el sistema de parentesco podía ser matrilineal ya que podían recibir títulos de nobleza tanto por vía materna como paterna; con lo cual llega a la conclusión de que no se trata de una sociedad ni patrilineal no tampoco matrilineal, y lo define con el término de “Nurayama”, una posición en la cual lo importante no son los individuos sino la sede en la que residen, es decir, la Casa.
En California habitaban los indios Urok, los cuales en un principio, se pensaba que su sistema de parentesco era patrilineal, más tarde se demostró que estos individuos eran bilineales, es decir, sus sistemas de parentesco se trazaban tanto por vía materna como por vía paterna. Todo ello, lleva a Boas a cuestionarse aspectos como la forma de organización de las Casas, llegando a la conclusión de que ambas tribus, tanto los Boatur como los Urok, son sistemas de parentesco Cognaticios, definiendo de la siguiente forma lo que ahora los investigadores hemos dado en llamar como Sociedades de Casas: una persona moral detentora de un dominio constituido por bienes materiales e inmateriales que se perpetúan por trasmisión de un nombre, fortuna y títulos en línea real o ficticia con la condición de que esa continuidad se explique en lenguaje de parentesco.
En el registro arqueológico se definen o emergen en sistemas agrarios complejos, donde existe escasez de buenos suelos. Con ello no debemos entender que se trata de jefaturas sino sistemas endógamos y cognaticios. No es un sistema equivalente a la jefatura porque son sistemas que se basan en el control del trabajo y cuyas casas en sí mismas son santuarios (aparecen figurillas y ofrendas) y cuyas necrópolis se organizan en torno a la tumba del fundador o pareja fundadora del linaje.
En la Península Ibérica, en las sociedades ibéricas del Sureste y Noreste, también podemos reconocer esos sistemas de Casas, y cuyo precedente está en la sociedad argárica cuyo registro funerario registra una gran riqueza, pero donde también emergen esos sistemas agrarios complejos donde los buenos suelos agrarios son escasos; también se observa una gran inversión en monumentalidad como es el caso del Yacimiento de la Almoloya (Murcia). La sociedad del Argar se presenta como un sistema cognaticio y endógamo, ambos patrilineales, que le da una gran importancia al culto de los ancestros donde vivos y muertos residen bajo el mismo techo (Casas como santuarios); presenta un poblamiento aglomerado con amplias familias y afines a las mismas, y cuyas casas presentan espacios multifuncionales.
Siguiendo el antecedente del Argar, la sociedad ibérica también se define como un sistema cognaticio, y no agnaticio; prueba de ello pueden ser las representaciones femeninas sentadas en tronos, tales como la Dama de Baza, y que las fuentes digan que Asdrúbal casó con princesas Iberas. En estas sociedades ibéricas también existen pocas evidencias de una especialización en su registro funerario y habitacional (tumba 100 y 137 del yacimiento de Cabezo Lucero, Alicante), ni tampoco existen en los poblados ibéricos espacios separados de producción y habitación, y presentan un énfasis en la monumentalización (torres almenadas) con decoraciones y emblemas visuales del poderío de la Casa. Este poderío se observa en las necrópolis donde han aparecido estatuas funerarias meticulosamente machacadas y enterradas entre mediados del siglo V y IV a.C.; ello es un indicativo de que son sociedades de Casa inestables que compiten entre sí por la supremacía.
En el registro funerario encontramos la llamada Casa de los Muertos que son construcciones que emulan la planta de las casas de los vivos y donde encontramos la presencia de emblemas. Además esta sociedad considera la casa como un ente vivo al que hay que alimentar, lo cual relacionamos con el culto a los antepasados. Ello queda reflejado en la presencia de ofrendas, pero también reliquias que son muy importantes en la definición de la Casa porque se relaciona con logros y hazañas (antepasado heroico); esto puede verse con claridad en yacimientos como La Bastida donde aparece parte de un bastón de mando. Todo ello, en palabras de la Dra. Dª María Luisa Ruiz-Gálvez Priego de la Universidad Complutense de Madrid, una “Sociedad Casa de libro”.
En el Suroeste de la Península Ibérica este antepasado heroico se ve reflejado en la presencia de esas estelas de guerrero donde aparece el individuo con sus armas, pero en ocasiones también aparece la lira que podría ser una trasposición o eco del “Marzeah” semita y las reliquias van a aparecer en contextos funerarios, pero fenicios. Un ejemplo de todo ello es el caso del Yacimiento de Cancho Roano (Zalamea de la Serena, Badajoz) donde se observa: interés por ocupar el mismo espacio durante generaciones (herencias), la casa como santuario, interés por esos emblemas como es la presencia de torres, o la funcionalidad de la casa como OIKOS que controla la producción y reproducción.
Linajes horizontales: una “Casa” para los clientes.
Las evidencias arqueológicas nos han dado como resultado conocer que esta sociedad ibérica se define como un sistema cognaticio, y no agnaticio; prueba de ello es sin duda alguna las representaciones femeninas sentadas en tronos, tales como la Dama de Baza, hallada en contexto de necrópolis, en la cual parece claro que la tumba 155 en la cual se halló esta Dama era una tumba que marcaba el resto del paisaje de la necrópolis. En esta tumba van a aparecer tres elementos fundamentales: la crátera, el brasero y el carro (estos elementos también aparecen en la tumba 9 y 176). Ello evidencia también la importancia de las damas en este mundo ibérico pues ostentan la riqueza de la casa, la protección y trasmisión del patrimonio de la Casa, y por supuesto, como mediación de la diosa (en el caso de la Dama de Baza es una mujer heroizada a través del elemento del sillón); otro elemento que se vislumbra en este primer nivel de la necrópolis de Baza, y en concreto en la tumba 176 es que el matrimonio en el mundo ibero es igualitario donde aparecen las cráteras con representaciones de un hombre y una mujer y un hombre, la pareja.
Después se observa un segundo nivel de enterramientos donde encontramos elementos para definir una aristocracia, en tumbas como la 130 y 143 se observa la presencia de la crátera y del brasero, pero no existe presencia del carro. Por lo tanto, estaba claro que nos hallamos ante una definición: las tumbas del primer nivel son de los fundadores del linaje (pareja fundadora, matrimonio igualitario), y las del segundo nivel de enterramientos pertenecen a una aristocracia superior donde encontramos además de cráteras, kilyx y falcatas; además en este segundo nivel de enterramientos se observa una diferencia fundamental respecto a las tumbas fundadoras y es que en sus cráteras no aparece la pareja, sino solamente representa al hombre.
Visto esto, en esta necrópolis vamos a encontrarnos con cinco grupos diferenciales: un primer grupo (tumba 155 de la Dama de Baza) que lo forman los fundadores con tumbas individuales, un segundo grupo lo forman también esas tumbas individuales de esa aristocracia superior (kilyx y falcatas), un tercer grupo de enterramientos lo forman tumbas grandes pero familiares, un cuarto grupo que son también tumbas familiares pero menos ricas en ajuar que las del tercer grupo, y finalmente encontramos enterramientos de mujeres con niños que representan el resto. Por lo tanto, vemos que la situación dentro de la necrópolis marca la jerarquía social de los individuos; pero también existen elementos que definen esta jerarquía, y posiblemente la presencia de una clientela, y es la distribución en las necrópolis de los bienes de prestigio y de sistemas de producción.
Todo ello refleja que hacia el Siglo VI a.C. existe un crecimiento poblacional, que además de en las necrópolis se observa en el urbanismo con calles paralelas. Los palacios se rehacen siguiendo principios astronómicos (solsticio de invierno); es ese principio de palacio y santuario a la vez relacionado con el culto a los antepasados; pero además el palacio presenta un patio que divide el área doméstica del área pública. Estos palacios principescos no son modulares, rompen el modelo geométrico del Oppidum definiéndose éste por el prestigio, la reorganización y la nucleación (Casas de Oppida). A partir del Siglo III a.C., según Tito Livio estos nobles principescos se convertirán en semirreyes que controlarán un gran territorio diluyéndose de este modo el modelo clientelar; modelo que resurgirá de nuevo en el Siglo I a.C.
Espacios domésticos y estructuras sociales en el área suroriental de Iberia
El mundo ibérico está compuesto por territorios con alta variabilidad; estos territorios se comportan de maneras muy complementarias pero también de forma muy diferente. Ello podemos vislumbrarlo de cierta manera a través del registro de dos yacimientos fundamentales: El Oral (San Fulgencio, Alicante) y La Covalta (Albaida, Valencia). Las viviendas en la Covalta presentan una graduación poco variable lo que nos puede dar a pensar que se tratara de una sociedad más igualitaria a diferencia de en El Oral que presenta una graduación más elevada de viviendas pequeñas y grandes, lo cual nos puede llevar a pensar en una gran diferencia social; pero más allá de todo ello hay que pensar en otros elementos fundamentales a la hora de definir ciertas “evidencias” sociales como puede ser el clima o la situación geográfica de cada yacimiento, lo cual será clave para la construcción de un tipo u otro de vivienda. Y ello se observa en que en la Covalta viven en una misma vivienda una sola familia, sin embargo, en El Oral existe una replicación de las familias, es decir, varias familias viviendo en un mismo espacio. Por lo tanto, desde un punto de vista del registro, el estudio estructural de las casas nos va a permitir ver características sociales según esos factores ambientales, pero también la caracterización cultural, la estructura familiar y estructura social, su orientación económica, y por supuesto, su estatus, poder y capital.
Existen lugares donde se observa una gran graduación de Casas (El Oral) pero en otros lugares se observa que aunque existe graduación hay poca diferencia o ninguna diferencia entre casas sencillas y más grandes. De esa pequeña graduación las casas principales van a ser las de mayor tamaño pero no hay que pensar en grandes viviendas, lo cual, nos hace pensar que este mundo ibérico no se distingue socialmente (familias nucleares con escasas diferencias). Solo varían en el consumo y en el ritual fundacional; pero estas casas en algunos casos se van sustituyendo y en otras ocasiones observamos cómo se agregan a otras casas formando espacios mayores. El modelo de casa que se sustituye tiene elementos muy claros con una forma destacada, materiales y formas de construcción muy cuidadas y donde se constata un ritual fundacional cuyos restos se entierran justo enfrente al umbral de entrada. Este modelo de casa tal vez dura unas dos generaciones, y se derruye tal vez porque no fue aceptada por la sociedad.
Lo que si prospera es el modelo de creación de casas sencillas que se van agregando unas a otras, pero no de una forma homogénea; no obstante este agregado tiene un área productiva compartida, pero también áreas de almacenaje, transformación de productos, y por supuesto comparten un espacio ritual colectivo. Estas unidades de agregados poseen una unidad mayor, que es el Oppida, que funciona como una Casa; un ejemplo de ello lo vemos en el yacimiento de La Bastida (Totana, Murcia) donde encontramos un ritual fundacional pero a escala mayor que se encuentra vinculado con la puerta pero también está relacionado con las necrópolis (depósito de armas), con las casas (depósito de neonatos) o con los santuarios (presencia de exvotos).
Todo ello nos dice que el modelo social son grupos ibéricos jerarquizados de orden corporativo, poder descentralizado y compartido, riqueza distribuida y cuya acumulación está equilibrada. Es decir, un modo corporativo de acción política que usan estrategias de poder que encuadramos entre los modelos reticulares y corporativos, y por lo tanto pueden existir Casas más excluyentes (modelos principescos) en este modelo ibérico. Ello también se ve en las necrópolis, a finales del siglo IV a.C. se observa como éstas desaparecen y son sustituidos por santuarios territoriales. En definitiva, sabemos que entre el siglo V y IV a.C. estos grupos ibéricos se articulan como Casas que aspiraban a redes de poder individual y bienes de prestigio, pero con el paso del tiempo ello no cristaliza y este modelo se transforma en Casas corporativas donde el poder se halla compartido y la riqueza distribuida; aparece un séquito o colectivo, tal vez un Consejo, pero nunca un jefe o un rey.
Espacios domésticos, familia y sociedad en el mundo ibérico Septentrional. Bronce final – Ibérico final (I Milenio a.C. [1000-600 a.C.])
En la zona septentrional de la Península Ibérica va a dominar una doble vertiente de poblamiento. Mientras que en la zonas montañosas van a seguir usándose las cuevas como hábitat, en la zona del valle del Segre y del Ebro van a darse las primeras construcciones de piedra con predominio de la cabaña reforzadas con la roca natural y donde se han documentado estructuras de almacenamiento, como son los silos. Además de estas cabañas, en las zonas costeras aparecerán también las primeras fortificaciones donde aparecen casas de dimensiones mayores y compartimentadas, núcleos que se diferencian sólo en los hábitats, pero no podemos hablar de poblados sino conjuntos dedicados a ciertas actividades pero que se vinculan a las élites. Estos núcleos son de dimensiones reducidas (300-400 m2) con agrupaciones de 10 a 20 casas que presentan una organización basada en la familia con una escasa evidencia de jerarquización social, una posible organización a nivel suprafamiliar (linaje).
Entre el 600 y 200 a.C. (Periodo Ibérico) se va a dar un aumento de los asentamientos donde coexistirán casas de planta y dimensiones muy diversas. Las casas más grandes son casas aristocráticas donde aparecen en su mayoría dos residencias distintas y dos patios porticados que dividen el espacio; existen por lo tanto en estas casas aristocráticas una diferenciación espacial (zona residencial, zonas artesanales o de transformación, zona de almacenaje,…). En estos asentamientos también diferenciamos las casas de los artesanos que siempre se hallan controladas por estas élites residentes en dichas casas aristocráticas; por tanto se puede vislumbrar que los habitantes de estos grandes asentamientos están sometidos a dichas élites. Con lo cual podemos hablar que existe una jerarquización de estos núcleos formando así estructuras protoestatales. Para este período del siglo III a.C. poseemos datos en abundancia, hecho que no se produce para el ibérico antiguo donde existe más documentación acerca de las áreas litorales, pero sabemos que aparece una jerarquización en estos asentamientos por lo menos desde el ibérico pleno.
En la zona del interior existen ciudades más pequeñas que en el litoral, con la excepción del yacimiento de Molí d´Espigol tornabous (Poblado ibero del Molino de Espigol) donde podemos distinguir distintos tipos de casas según sus estancias que van desde viviendas de una sola estancia a residencias de mayores dimensiones y múltiples espacios. Un ejemplo de ciudad del interior sería el Yacimiento de Alorda Park en Calafell donde encontramos una ciudadela fortificada con grandes casas que poseen espacios diferenciados complejos. Otro yacimiento, pero planta ovalada, sería Estinclells, situado en Lleida y datado en el siglo III a.C.; en este yacimiento se distinguen solo tres tipos de casas: casas de 1, 2 y 3 estancias.
También existen en esta parte septentrional de la península ibérica núcleos de poblamiento rural, que son menos conocidos. Son un tipo de poblamiento aislado que presentan varios espacios, y que se presentan como una unidad familiar en algunas ocasiones, pero en otras presentan varias familias emparentadas entre sí.
Edad del Hierro del Noroeste de la Península Ibérica (zona de Galicia). Cultura Castreña.
El noroeste de la Península Ibérica, y concretamente Galicia, cuenta con la mayor superficie excavada arqueológicamente, pero curiosamente es la zona de la que menos información tenemos. Durante el franquismo pervive la idea de la tradición celta en esta zona y es una arqueología histórico-cultural. Ello se abandona en los años 70 del siglo XX y se sustituye por la idea de la Cultura Castreña que se va a definir por una serie de elementos. Esta es una arqueología atrasada, un “unicum”, que consideraba que los castreños vivían en una sociedad igualitaria en la que no existía la guerra, era una arqueología parapetada que no iba más allá de los muros del propio castro.
La protohistoria gallega se define por la división social pues en estas sociedades el poder es un elemento importante. En los últimos años el conocimiento de la protohistoria en esta zona del noroeste de la península ibérica ha evolucionado, pues será en los años 80 donde irán apareciendo las primeras cabañas como consecuencia de la construcción de las grandes obras públicas donde comienzan a aparecer dichos restos y hacen que en las investigaciones se produzca un gran avance. A raíz de todo ello, se excavaron grandes extensiones y empiezan a aparecer asentamientos de muchas hectáreas con gran concentración de población, y ello hace romper el modelo de asentamiento aislado que hasta el momento imperaba.
Este modelo de asentamiento de grandes hectáreas es el que se daría durante la Edad del Bronce, modelo que colapsa hasta convertir, ya durante el Bronce Final y Hierro I, a estos individuos en sociedades de castros aislados; con lo cual cabe preguntarnos el porqué de este fenómeno. Lo que sí está claro es que se trata de sociedades ágrafas (sin escritura) pero que van a transmitir las ideas a través de su cultura material, y arquitectónicamente son una continuidad de ese poblamiento ya existente en el bronce que usa tierra en la construcción de las viviendas. A nivel funerario, en la Edad del hierro I no poseemos registro, por lo que a día de hoy se sigue trabajando en una serie de tópicos. A diferencia de ello, en la zona de las rías gallegas se va a dar una monumentalización con una arquitectura homogénea donde predomina la comunidad frente a la unidad familiar, y donde tenemos algunas evidencias de necrópolis con tumbas donde aparece poco registro pero que denota un continuismo a nivel material; con lo cual, el gran cambio se dará a nivel doméstico.
En el Hierro II se da una sociedad de campesinos y guerreros; los castros empiezan a conquistar los valles y consiguen que convivan culturas de la edad de hierro muy distintas con diferentes tradiciones arquitectónicas. En la zona de Lugo se observa una segmentación espacial y se visualizan estructuras de almacenamiento cereal, murallas escalonadas,…etc. Y será ésta la dinámica que se verá en el interior vislumbrándose de este modo la presencia de élites o jefaturas.
El siglo II a.C. significará un punto de inflexión pues se camina hacia Oppización rompiendo así con el pensamiento de que los romanos empezarían a concentrar la población, un aspecto totalmente falso puesto que esta realidad de concentración de la población surge dentro de las sociedades endógenas de la Edad del Hierro. Aquí también podemos hablar de Casas aristocráticas pues las casas empiezan a ser más complejas de lo que se pensaba en un principio, y se observa cómo existe una clara división social que es lo que realmente se encuentran los romanos al llegar a la península. Sin embargo, en el interior será distinto pues existe un proceso de petrificación y complejización del espacio doméstico imitando aquello que está pasando en otras zonas de Galicia (litoral). A manera de conclusión podemos decir que la Cultura Castreña nunca existió sino que es el resultado de complejos procesos de aculturación, intervención,…etc.
Casas y grupos domésticos en zonas de contacto: identidades familiares, poder y redes sociales en el sur de Iberia durante los siglos IX-IV a.C. (Arqueología del Mediterráneo).
En la zona meridional de la Península Ibérica no tenemos grandes yacimientos como en la Andalucía Occidental, no existen necrópolis que nos aporten datos de calidad entre los siglos IX y IV a.C. puesto que se trata de un registro desastroso, pero sí que tenemos reflexiones de cómo grupos domésticos y sus decisiones acaban construyendo dinámicas en ese mundo del bronce final y el Hierro I.
Sabemos que el período que se extiende entre los siglos IX y VII a.C. es un tiempo de transición, cambio de dinámicas que también afectan al área meridional; pero éstos cambios no son homogéneos, sino que existen diferencias que son más rápidas en las zonas que llamamos “de contacto”. Ello significó un aumento de la producción, un incremento del volumen de productos consumidos,…lo cual lleva a sistemas económicos, pero también trae cambios en el paisaje pues diversas áreas se convierten en espacios que concentran a la mayoría de la población. Otros cambios que se producen son de índole social, en las relaciones sociales, con el nacimiento de mundos desiguales y la transformación del poder en jerarquías verticales e intentos de familias de concentrar el poder en sus manos.
Todos estos cambios tuvieron sus consecuencias en las unidades domésticas, cambios dentro de las casas; con lo cual se están produciendo grandes transformaciones en estas unidades domésticas que se hallan ausentes, y de hecho se niega que dichos cambios tengan que ver con estrategias que tomaran estos grupos domésticos; hoy en día se relacionan con la presencia de gentes procedentes de la zona levantina, y por ello los grupos domésticos se ven forzados a cambiar sus costumbres, se ven desplazados para atender las demandas de esas nuevas gentes (fenicios); la otra opción son las exigencias de élites ansiosas de incorporar nuevas formas de consumo. Todas estas interpretaciones otorgan a estos grupos domésticos como simples peones que atienden las demandas o bien de agentes fenicios o de élites.
Tanto en la zona de Huelva como del delta del Guadalhorce no existe un patrón de segregamiento de la comunidad fenicia. Gentes fenicias que conviven con comunidades locales, y ello se refleja en los materiales. Y el mismo caso se da en el interior, y ello podemos verlo por ejemplo en el Tesoro del Carambolo acerca del cual hay publicaciones que dicen que en él hay técnicas mixtas (locales y fenicias); o también en Carmona en cuya necrópolis se observan tumbas con patrón fenicio. Esto mismo también se da en la costa como en Cádiz, y en concreto en la zona del Teatro del Cómico donde salieron muchas cerámicas locales siendo una colonia Fenicia (Gadir), lo cual quiere decir que también era un espacio de convivencia donde se observan redes abiertas de conexiones múltiples y no existe esa élite que controla el comercio como sí que se da en otras zonas de la península.
Desde finales del siglo X a.C. empieza a aparecer una clase de mercaderes y artesanos en estas zonas interesados en objetos inalienables, lo cual hace surgir nuevos elementos de poder que se basan en la riqueza económica. Entre el siglo IX al VI a.C. estos mercaderes y artesanos se establecen en la zona de Huelva, y traen objetos exóticos que ya no se destinan a las viejas élites sino a otro mercado. Ello se reflejará en la distribución de los asentamientos pues entre el siglo IX y VIII a.C. se vislumbra un gran crecimiento demográfico, una atracción de nuevas gentes, ya que se generan nuevas posibilidades para esos grupos domésticos de la región que empiezan a interesarse por suelos agrícolas, los cuales se cultivan de forma intensiva ya que entran nuevos elementos que tienen que ver con ese poder basado en la riqueza económica; entre esos nuevos elementos está por ejemplo el cultivo de la vid. Estos grupos domésticos también empiezan a interesarse por el trabajo del mineral, de los metales, los cuales son elementos de gran interés para dichos mercaderes.
Por lo tanto, dicho todo esto podemos hablar de que estos pequeños grupos domésticos se encuentran íntimamente conectados en esas redes; tienen una implicación, no están aislados, se hallan implicados en nuevas relaciones como podrían ser las primeras importaciones de cerámicas; surge de este modo una nueva élite basada en el trabajo del propio grupo, ya no es una élite basada en objetos de poder propio del Bronce Final. Esta nueva élite también se refleja en sus enterramientos donde se documentan entre otros objetos propios de la labor, fragmentos de carne de buey, animal muy apreciado para la labor campesina y de labranza.
Casa, campo y comunidades Rurales en el Territorio Alentejano en la Edad del Hierro, Siglos VII – V a.C. (Zona Suroccidental)
A finales del siglo VIII a.C. todo el sistema de la Edad del Bronce y sus poblados parecen desaparecer (se abandonarán). Este es un proceso lineal donde existe una tentativa de las élites para contener el colapso de la sociedad intentando nuevas formas de integración incluso procedentes del exterior; pero ello no tuvo éxito, no cristaliza y se produce un abandono de los asentamientos interrumpiéndose el proceso de jerarquización. Todo ello es contemporáneo con los contactos con el mundo fenicio y orientalizante, cuando se empieza a desarrollar un modelo urbano próximo a la realidad mediterránea con grandes asentamientos como el Puerto del Alentejo o Mértola.
Este mundo interior a finales del siglo VII a.C. parece comenzar un nuevo “renacer” con un modelo distinto, los grandes asentamientos desaparecen y aparece un modelo rural dependiente de los ciclos de la naturaleza y que tiene como base la familia en sus mejores y peores momentos. Por tanto, a finales del siglo VII a.C. asistimos a una ocupación intensa del campo con una gran diversidad de pequeños asentamientos que ocupan tanto las mejores como las peores tierras para el cultivo. Pero será en las tierras más duras donde encontremos la mayor intensidad de ocupación como es el caso del Valle del Guadiana donde hallamos asentamientos de forma continua junto al río estructurándose en comunidades.
Dichos asentamientos junto al río presentan una gran diversidad de características. Todas las ocupaciones empiezan siendo simples, y con el paso del tiempo unas se abandonan y otras se hacen más complejas. Aquí el espacio doméstico de establece de modo distinto, con áreas especializadas e incluso desde el siglo VI a.C. el modo de organizar la casa en torno a patios, una idea muy urbana propia del litoral pero interpretada de otro modo aquí en el interior. Desde el siglo VI a.C. ello empieza a ser una realidad, los patios organizan las casas y encontramos edificios de distinto tipo que van más allá del espacio habitacional; ello quiere decir, que estos asentamientos van ganando cariz y en ellos van surgiendo otras habitaciones como graneros, lo cual se deduce que hay un control del territorio, y por tanto una jerarquía en esta zona del valle del Guadiana, un posible sistema clientelar.
En otras zonas como en Herdade da Sapatoa podemos hablar de una comunidad familiar con asentamientos con arquitecturas familiares organizadas con patios, todos muy similares; lo cual se denota cómo en este tipo de asentamiento se puede originar una Heterarquía e Autarquía, es decir, que desde un núcleo inicial se tiene una necesidad de crear una nueva familia y se construye al lado siguiendo el mismo modelo de la casa del padre, formando de esta manera una pequeña comunidad casi aldeana pero relacionada con vínculos familiares, un tipo de asentamiento muy independiente.
En cuanto al espacio funerario se refiere, éste también refleja la imagen de estas sociedades rurales. Son conjuntos tumulares que toman las necrópolis dándoles aspectos megalíticos. En estos túmulos siempre se depositan incineraciones que son depositadas en urnas que cumplen una organización muy cuidada y en cuyo interior, además de las cenizas, se deposita además el ajuar. Estos conjuntos tumulares ofrecen una idea de comunidad donde se suelen encontrar menhires que nos habla de la necesidad de esta gente de legitimar su presencia en el territorio ya que colocan a sus muertos en territorios cargados de simbolismo donde ya existían dólmenes o menhires. Cuando existen enterramientos en dólmenes, estos grupos no se entierran dentro de éste sino que entierran la urna justo en la entrada del dolmen; ello es otra forma de justificar su presencia en el territorio, a través del antepasado.
Sin embargo, más al norte, en la zona de Barros de Beja, es otro mundo con necrópolis asociadas a grupos familiares de conjuntos rurales; éstas son necrópolis donde en su mayoría se dan inhumaciones y que por supuesto nos aportan más datos. Estos son recintos rectangulares y se encuentran centralizados por una tumba principal que puede ser de hombre o puede ser de mujer; lo cual esta realidad nos da otra dinámica de dinamismo y diversidad. También existen necrópolis que son estrictamente familiares, pero también las hay individuales que aparecen en un punto destacado del territorio, lo cual lo interpretamos como que el individuo pudiera tener un papel regulador de distintos grupos o familias. Todo esto nos habla del mundo del campo como un mundo en continua trasformación, pero en definitiva un mundo de señores de la tierra.
Extremadura Tartésica
Durante el bronce final y el Hierro I, en el territorio que compone la actual Extremadura se da lo que los investigadores conocemos como Tartesos; algo que concebimos como una red regional de naturaleza expansiva formada por un núcleo y por una serie de periferias que se encuentra en continuas transformaciones de índole diversa por los propios grupos. Durante los siglos X-VIII a.C. se da ese periodo de tránsito del bronce al orientalizante (Hierro I), en este tiempo encontramos una sociedad en continua transformación, en palabras del Dr. Alonso Rodríguez Díaz, de la Universidad de Extremadura, son comunidades “de vaso”, es decir, linajes parentales con la presencia de una élite no competitiva (reciprocidad), y en lo que se refiere al comercio, hallamos linajes clientelares y racias entre esas élites clientelares que compiten unas con otras.
A nivel más arqueológico, tenemos registros muy importantes de esta Extremadura tartésica y de su red regional; en primer lugar destacamos Logrosán, localidad situada en las Villuercas extremeñas; región donde también destacará la presencia de estelas, y por supuesto el tesoro de Berzocana, localidad vecina a Logrosán donde se halla un poblado cuya economía se basaba en la explotación minera de la casiterita. En esta red también es importante destacar la localidad pacense de Medellín donde se sitúa el origen a ese tránsito desde el bronce final al orientalizante. Ambas localidades (Logrosán y Medellín) tienen en común la presencia de las ya mencionadas estelas que reflejan un claro despunte de esos linajes clientelares o nacientes aristocracias. En dichas estelas aparecen personajes múltiples que bien podrían tratarse de familiares o de clientes, pero donde también aparece en un papel relevante la mujer; con lo cual cabría preguntarse sobre la existencia de una pareja cognaticia (pareja de guerrero y dama).
En este período de tránsito encontraremos una posible emergencia de las Casas con grandes cabañas como se constata en yacimientos como Cerro Borreguero (Zalamea de la Serena, Badajoz) con más de 60 m2 y muy cercano a Cancho Roano. No obstante, no existen suficientes restos para asegurarlo, pero resulta sugerente por la forma de ritualizar y amortizar cabañas, y donde encontramos ciertos paralelismos con la zona de Portugal.
Durante los siglos VIII al V a.C. nos hallamos ya dentro del período orientalizante (Hierro I) en el que constatamos un momento de esplendor con la presencia de importantes aristocracias principescas que impulsan ese sistema clientelar que se identifica con la presencia de esculturas de la pareja aristocrática; este sistema clientelar se sostiene por varias vías y se reflejará incluso en las residencias. En Medellín encontramos núcleos de primer orden que controlan los vados y pasos del Guadiana, y las tierras de su entorno; además de una necrópolis de más de 300 tumbas pertenecientes a uno de estos linajes que compiten por el control. Por lo tanto, Medellín se presenta como la capital del valle que ocupa la actual Serena y Vegas Altas del Guadiana en este periodo orientalizante; pero será a partir de la llamada crisis tartésica cuando se produce el declive de este asentamiento.
Otras realidades que nos encontramos en estas zonas de la actual Serena y Vegas Altas del Guadiana, es un proceso de señorialización latente; prueba de ello es el hallazgo de bronces rituales en ámbitos rurales, algo que no se da en zonas como el valle del Guadalquivir. Dentro de este proceso de señoríos también encontramos edificios singulares rurales cuyo ejemplo más simbólico es Cancho Roano o ya en el siglo VI Cerro Borreguero donde constatamos el derrumbe o amortización de la cabaña convirtiéndose ésta en un elemento de memoria. En el entorno de Medellín también encontramos el Yacimiento de Cerro Manzanillo donde se constató la presencia de una casa campesina que con el tiempo acaba siendo la residencia de una extensa familia. Por otro lado, se han llevado a cabo prospecciones arqueológicas en esta zona del entorno de Medellín localizándose gran cantidad de asentamientos, lo cual nos habla de un proceso de colonización rural con colonos venidos de otros lugares e integrándose en ese proceso colonizador que se estructura políticamente de una forma triangular. Esta dinámica se prolonga hasta la llamada crisis tartésica.
Por otro lado tenemos la penillanura cacereña, y en concreto la localidad de Aliseda en cuya sierra llamada “del aljibe” se localiza un poblado que datamos aproximadamente entre el 800 y el 400 a.C. Este poblado no responde a ese proceso o proyecto de colonización mencionado antes, sino que es un poblado concentrado en la explotación minera (mina de la pastora) y de las mejores tierras agrícolas de la Sierra de San Pedro. Este periodo se relaciona con el ya famoso tesoro (Tesoro de Aliseda) donde vamos a encontrar elementos tanto masculinos como femeninos, pero también elementos rituales sin adscripción de género.
Un aspecto a tener en cuenta es que el poblado de Aliseda y el lugar donde se encuentra el tesoro es un enclave singular rodeado de ríos y torrentes con mucha connotación ritual. Es decir, que vamos a encontrar “cortinas” o círculo ritual basados en la comensualidad, la casa y la primavera en esta fase orientalizante pero también en momentos posteriores (Postorientalizante); estructuras que imitan una casa con una concentración importante de restos de comensalías. Estas estructuras son alegorías de la casa y presentan aberturas que apuntan a las estrellas, costumbre que se relaciona con la primavera, pero también la presencia de cortezas de árboles talados; es por tanto una “casa-santuario”, un lugar de celebración relacionado con un linaje, aspecto que también se encuentra en el lugar de hallazgo del tesoro, otro círculo ritual que tiene paralelismos con el de las “cortinas”.
En cuanto al Tesoro de Aliseda en sí mismo, se interpreta como joyas portadas por la pareja del primer linaje y mediadora entre la comunidad y la divinidad (posible culto a Astarté). Dicho linaje debió mantenerlo y transmitirlo como elemento de su estatus en ceremonias como la del “renacer” del río tras el invierno. Este debía ser un linaje familiar pero con aspiraciones, enmarcado dentro de esa dinámica competitiva y proyecto de la “Casa” de Aliseda. El tesoro se exhibe como ensalzamiento, compuesto por elementos importados, pero también indígenas, aumentados de manera progresiva y de forma diversa (regalos, intercambios,…), y transferidos de generación en generación. En dicho tesoro también encontramos la presencia de torques que harían referencia al poder del pasado (culto a los antepasados).
Otro ejemplo en la penillanura cacereña lo encontramos en el complejo rural de La Ayuela donde se constatan heterarquías entre los siglos VII y V a.C. y también en el siglo I a.C. Este es un poblado de mayor calado que el de Aliseda, y aquí encontramos elementos de poder que relacionamos con esas heterarquías-jerarquías.
Hacia el siglo VI a.C. se produce la llamada crisis tartésica que en la zona del Tajo se manifiesta con el declive de los linajes. En Aliseda se constata que es en este momento cuando se abandonan los espacios rituales, se entierra la “casa-santuario” y se construye una nueva versión de la casa; ello tiene su paralelismo en el entierro ritual de depósitos en las puertas. En cuanto al tesoro, es también en este momento cuando se sepulta de una forma ritual. En cambio, en la zona del Guadiana la crisis tartésica se manifiesta de una forma totalmente distinta, pues se produce un florecimiento de las casas tipo Cancho Roano.
Por lo tanto, podemos decir que en la zona de Cáceres, el orientalizante se caracterizará por su ostentosidad pero también por su debilidad en cuanto a sus fundamentos organizativos se refiere; además de su incapacidad de consolidación de dominios, y en la dialéctica impera un modelo de jerarquía-heterarquía. En cuanto a la zona del Guadiana se refiere, como consecuencia de la recesión de Medellín y el fin de la colonización agraria, la respuesta a esa crisis fue la ruralización de la aristocracia, colonos reubicados en nuevos espacios señoriales; con lo cual, ahora el verdadero poder residirá en el campo floreciendo las casas como Cancho Roano que a la vez de tener una estructura palacial funciona como santuario. Una tercera vía es el yacimiento de La Mata cuya monumentalidad aumenta de forma progresiva y que ofrece un panorama de pequeños asentamientos agrícolas alrededor.
Es decir, que estos dos grandes yacimientos (Cancho Roano y La Mata) nos ofrecen una realidad heterárquica con un modelo celular y una clara competencia entre las Casas, grandes asentamientos donde se observa un modelo de casa política de aspecto palacial que consiguen prolongar su existencia reajustando el modelo territorial en estas zonas de las Vegas Altas del Guadiana; pero ello es un modelo débil y hacia el 400 a.C. este modelo de Casas se derrumba estrepitosamente colapsando de esta manera el modelo clientelar en Extremadura.
Prehistoria final de la Meseta (1400-400 a.C.)
La prehistoria final de la Meseta en la Península Ibérica comienza con el final de la Edad del Bronce, con la Cultura de Cogotas I, una cultura que se halla aprisionada por el historicismo histórico-cultural, y cuyo modelo de poblamiento sería agrupada en torno a recursos como tierras, suelos para la agricultura de secano que tal vez se traspone a un período de aridez. Además, tradicionalmente se creía que Cogotas I eran sociedades aisladas, subdesarrolladas sin atisbo de desigualdad, pero una nueva lectura de sus datos habla totalmente de lo contrario, aunque por otra parte existen muchos obstáculos para comprender la organización social de Cogotas I puesto que también existen reflejos muy deformados del pasado.
Por otro lado aparecen pocos restos de cabañas pues son viviendas livianas de arquitectura pasiva (desplazamiento horizontal y refundación en otro lugar). Hay algunos casos de abandonos ritualizados de cabañas, un ejemplo de ello es el yacimiento de El Cerro (Burgos) donde enterraron cultura material más antigua como un cuenco neolítico o campaniforme, que de alguna forma estos son reliquias. Socialmente Cogotas I son pequeñas comunidades locales de varias familias en poblados semipermanentes. Tecnológicamente estaban limitados (uso de arado ligero) y sabemos que hacían uso del fuego para la práctica del cultivo extensivo.
Sus todas las traza de vida de Cogotas I aparecen en los llamados campos de hoyos donde la cultura material aparece casi mayoritariamente en una posición secundaria. En estos hoyos se depositó lo poco completo y mejor conservado, pero a ello no debemos considerarlo como un depósito de material pues no se halla estructurado. También, en estos hoyos aparece lo que los investigadores llamamos una arqueología de la muerte, pero cuando nos referimos a Cogotas I sabemos que es más bien una arqueología funeraria pues tenemos datos de la manipulación de huesos secundarios como reliquias. Gracias al estudio de esos restos humanos conocemos que algunos de los muertos estuvieron expuestos, por lo que la conclusión es que los restos humanos que nos han llegado en los hoyos fueron personas que murieron en situaciones anormales.
Entre el 800 y el 400 a.C. entramos ya en la Edad del Hierro I donde sabemos que se produce una explosión del hábitat con un gran crecimiento demográfico y la fundación de numerosos asentamientos. Las comunidades campesinas fundan nuevas aldeas autónomas alienadas a cursos fluviales; y en cuanto a la muerte se refiere hay una invisibilidad pues solo tenemos enterramientos infantiles, pero bajo las casas. En cambio a partir del 550 – 440 a.C. aparecen las primeras necrópolis de incineración.
Todo ello produce una gran abundancia y elocuencia de restos domésticos, sabemos que algunas aldeas se dotan de muralla, pero también hay innovaciones tecnológicas como son los arados más pesados y labra cruzada. Son lo que llamamos aldeas tipo “tell” porque forman montículos artificiales que pueden guardar hasta 10 metros de potencia arqueológica. A partir del 900 a.C. aparece la casa de arquitectura duradera, construidas en adobe y de planta circular. Al Norte del Duero va a predominar la casa circular y al sur de éste también hay una importancia de la casa rectangular, y de casas ovales o forma irregular en la cuenca norte del Tajo.
En estas zonas escasean los hoyos y proliferan las construcciones anexas (trojes, graneros,…), son unidades domésticas con agregados de construcciones, puesto que existe una tendencia hacia la segmentación espacial (casas con atrios y edificios anexos separados por viales) pero también hacia el exclusivismo. Se observa una acusada inversión material de las viviendas (mantenimiento periódico, decoración de paramentos y hogares). Algunas de estas viviendas presentan elementos simbólicos y culturales (estructuras circulares) por esa preocupación por el pasado hasta el punto que hay casas en cuyo registro se ve cómo en tres o cuatro siglos se ha respetado la orientación. Además los abandonos siempre están relacionados con el fuego, y en muchas de estas casas se observan vasijas que fueron colocadas encima del banco antes de iniciar el fuego, son rituales de fundación y abandono de la casa donde se suelen hacer depósitos de vasijas, metales o fauna siempre bajo los pavimentos de éstas.
Castros Prerromanos de la Meseta.
Anteriormente nos hemos referido a la Cultura Castreña en la zona Noroeste de la Península Ibérica, ahora nos referiremos a los Castros o Cultura Castreña durante el Hierro II (Siglo V- Siglo II a.C.) en la zona de Soria, en la Meseta donde encontraremos algunas similitudes pero también diferencias con la zona castrense de Galicia. En la serranía soriana se dan castros con plantas de mucha diversidad pero de ellos solo nos quedan derrumbes de lo que en su tiempo fueron imponentes murallas. Estos castros son de tamaño pequeño, de apenas 2 hectáreas y albergan viviendas de planta redonda de las cuales no se advierten restos en superficie lo cual interpretamos que eran unidades domésticas dispersas que usaban el castro como protección pero no habitaban en su interior. En otros castros empiezan a predominar las casas rectangulares con muros medianiles, característicos del Hierro II.
Otra de las Culturas que habitan en la Meseta durante el Hierro II entre el siglo V y el siglo II a.C. son los Celtíberos, cuyo modelo de poblamiento son ciudades con superficies que oscilan entre las 5 o 6 hectáreas y las más grandes hasta 60 hectáreas como es el caso de Numancia donde encontramos casas tripartitas adosadas a la muralla. En el alto Duero la mayoría de las casas son de planta rectangular, pero existen también de planta cuadrada y de planta circular (muy pocas). En Numancia también se han documentado casas ya de la época final, ya de época romana que tal vez podríamos comparar con casas de la zona hasta no hace mucho tiempo. En Numancia como no podemos hacer sociología a través de las casas, nos fijamos en la necrópolis viendo el número de enterramientos pero también hemos de fijarnos en los ajuares cuya diferencia vislumbra un primer y un segundo rango. Los análisis de los restos humanos de la necrópolis nos han revelado datos de la dieta que seguían los numantinos, una dieta pobre en animales pero sí rica en cereales y frutos secos.
Otra Cultura meseteña durante el Hierro II entre el siglo V y el siglo II a.C. son los Vettones cuyo modelo de poblamiento son los Oppida, acerca de los cuales existen interesantes estudios acerca de las biografías de éstos reveladas a través del estudio de los recintos, los cuales suelen pertenecer a distintos momentos, estableciendo así una secuencia de la construcción del Oppida, una biografía del mismo. De Oppidas Vettones existe poca información, tenemos algunos ejemplos en la Península como Ulaca situado en el valle de Amblés (Ávila) o Las Cogotas. Sabemos que todos estos Oppida tienen una longitud de murallas muy importante con casas muy sencillas de planta rectangular con pocas comparticiones, pero también existían casas complejas que responden a modelos orientalizantes.
En Ulaca se ha documentado el santuario, la puerta oeste, y los restos de una sauna iniciática de la cual tenemos referencia gracias a Estrabón, pero de las casas no tenemos documentación ni registro. En ocasiones como por ejemplo en el caso del Yacimiento de Roso de Candeleda (Ávila) aparecen elementos de tesorillo, pero no suelen ser habituales. Por otro lado, también es interesante de la Cultura Vettona si el estudio de los llamados Verracos y su distribución por el territorio interpretándose estos como una distribución del espacio de pastos marcados por estas figuras animales. En cuanto al registro funerario se refiere en sus tumbas se pueden diferenciar élites sociales (clase guerrera a caballo “équites”) lo que nos vislumbra una sociedad triangular donde esta clase guerrera se halla en la punta.
Otra Cultura meseteña durante el Hierro II entre el siglo V y el siglo II a.C. son los Vacceos donde se observa una gran emergencia de grandes Oppida que se distribuyen cada 10 o 20 kilómetros por el territorio y que nos hablan del control de modelos territoriales similares como es el caso del Yacimiento de Pinta donde se documentó su necrópolis (el hallazgo de la rueda nos habla de elites ecuestres), santuario, canteras, barrios artesanales,…etc. Pero no se conoce ninguna casa completa; únicamente en una de ellas (Casa 4) se documentó un ajuar ritual de comensualidad. Finalmente encontramos también en la meseta a los Carpetanos que tienen una organización sociopolítica más sencilla, no conocemos las necrópolis por lo que no conocemos la presencia de élites, y su urbanismo responde a calles y viviendas rectangulares con distintos departamentos.
Fuente| Asistencia a las II Jornadas de Arqueología pre y Protohistórica «Más Allá de las Casas. Familias, linajes y comunidades en la protohistoria peninsular».
Muy interesante
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