En los últimos meses en nuestro blog, Arqueología y Gestión Turística, hemos tratado temas como el Tesoro Arqueológico, pero ¿Qué ocurre cuando ese tesoro está bajo el mar? En este caso, tiempo atrás, tocamos este tema en un artículo que lleva por nombre “Introducción al Régimen Jurídico del Patrimonio Histórico Sumergido”, y a raíz de este, hablamos de otros pecios como el Galeón San José, o acerca de la misma Flota de 1715 (Parte I y Parte II). En esta ocasión tratamos la historia de otro pecio perdido junto a la costa de Florida, el Galeón Español Nuestra Señora de Atocha; esta es la historia de la búsqueda de una auténtica fortuna, de un inmenso tesoro, a bordo de un galeón español hundido por un huracán que se cobró la vida de 260 personas, pero no solo eso, sino que siglos después, su búsqueda costó la vida de cinco personas más.
Las muertes marcaron una macabra coincidencia, 260 personas murieron a bordo del Atocha en 1622, pero cinco se salvaron milagrosamente. Siglos después el Atocha reclamó esas cinco vidas casi como si las hubiera negociado por aquellas que previamente les perdonó la vida. En términos históricos “la realidad del Atocha” era abominablemente clara para aquellos que estuvieron para siempre conectados con ella y con todo su tesoro. Esta es su historia…
El Nuestra Señora de Atocha fue un galeón español que formaba parte de la Flota de Indias, y que naufragó frente a las costas de Florida en 1622. Este galeón, navegaba en la retaguardia como nave “almirante” de la flota, fuertemente armado con 20 cañones de bronce y un pequeño ejército de conquistadores, con el objetivo de protegerla de los piratas ingleses y los bucaneros holandeses. Además, para mayor protección, llevaba el nombre más sagrado de los Santuarios de España. Había sido construido para la Corona en La Habana hacia 1620 y pesaba 550 toneladas. Tenía 112 pies de eslora, 34 pies de manga y 4 de calado. Llevaba palos trinquetes y mayores con vela cuadrada, y un palo de mesana con vela latina. Tenía un alto castillo de proa, combés bajo y castillo alto, típico de un galeón de comienzos del siglo XVII.
El Atocha partió de España en marzo de 1622 siguiendo los alisos hacia puertos entre montañas en el Caribe, llegó a Cartagena en mayo y luego se dirigió a Portobello (Panamá) donde cargó tesoros durante el mes de julio. Después de regresar a Cartagena navegó hacia La Habana (Cuba) preparándose para la traicionera travesía de regreso a España. En La Habana 265 personas subieron a bordo del Atocha incluyendo un Gobernador Real, un alto clérigo de la Iglesia Católica y varias familias acaudaladas.
En 1622, la escuadra española de atesoramiento no alcanzó la Habana hasta agosto y no estuvo lista para regresar a España hasta comienzos de septiembre. Septiembre era la cumbre de la temporada de huracanes pero los navegantes españoles pensaban que ciertos fenómenos naturales pronosticaban buenas condiciones de navegación. Da la casualidad que el 5 de septiembre de 1622 fue el día de la conjunción lunar; de acuerdo a antiguas creencias nórdicas, los españoles pensaban que ello era augurio de un viaje seguro, de modo que a lo largo del domingo 4, bajo un cielo perfecto, la flota de atesoramiento zarpa del puerto de La Habana.
Durante el viaje de regreso en 1622, el Atocha portaba un cargamento que actualmente es difícil de concebir: La carga registrada del Atocha tenía el valor de 1,5 millones de dólares en la España de 1622; ese valor está actualmente en más de 400 millones de dólares. Pero había más, prácticamente cada barco español de atesoramiento acarreaba contrabando, y en el Atocha había grandes cantidades de oro no registrado junto a una colección de esmeraldas colombianas. En total, el Atocha portaba un fabuloso caudal de tesoro habiendo sido casi en su totalidad saqueado del Nuevo Mundo.
Cargada en su bodega con magníficos tesoros, la mayor parte de éstos consistía en plata peruana, más de 1000 lingotes de plata sólida; estos numerosos lingotes llevaban las marcas distintivas de los ricos comerciantes que las traían abordo. Un quinto de toda esta plata pertenecía al rey de España, y parte de ella era resultante de la venta de esclavos africanos. También había cientos de monedas de plata acuñadas en Perú para el fisco de la España Imperial.
La mayor parte de la plata que estaba en el Atocha venía de la antigua montaña peruana de Potosí. Bajo el látigo del dominio español, la plata era extraída en enormes cantidades por mano de obra inca y procesada en una increíble pureza con mercurio; luego era troquelada en barras y monedas, y despachadas a España. En 1622 la mina de Potosí era la fuente más rica de plata del mundo; en Potosí los españoles marcaban cada barra de plata con su peso y quilates, la estampilla fiscal de la Corona y las marcas individuales de la Casa de la Moneda, así como el examen de calidad.
Por otro lado también estaban los tesoros de la Iglesia Católica, cientos de libras de lingotes y monedas de oro, traídas a bordo por el clérigo de más alto rango, además de una espléndida caja de joyería religiosa, la cual pudo estar destinada a un obispo o incluso al mismo Papa. Pasajeros adinerados cargaban más doblones y largas cadenas de dinero de oro, valiendo cada eslabón el pago a un español promedio. Un pasajero acaudalado llevó a bordo todas sus posesiones valiosas incluyendo cofres llenos de cálices y platillos de platería esculpida. También había embalajes de porcelana oriental y quince toneladas de bronce cubano.
Con este fabuloso tesoro, y sus importantes pasajeros, el Atocha, junto al resto de la Flota de Indias de 1622 zarpa de La Habana (Cuba). En total, 28 barcos navegaron hacia el norte siguiendo el viento hacia la corriente del Golfo. Para el amanecer, el cielo estaba ominosamente rojo y un poderoso huracán apareció repentinamente. El huracán se abalanzó sobre el convoy, milagrosamente 20 barcos escaparon y regresaron a La Habana, pero 8 fueron atrapados por la tormenta, incluido tres galeones de vela latina: el Rosario, el Santa Margarita y el Atocha.
En el Atocha, 260 personas perecieron, son hubo cinco supervivientes: tres marineros, un esclavo y el ayudante del barco. Ellos fueron arrojados al mástil desprendido que era la única parte del Atocha que permaneció a flote. Todos los pasajeros importantes a bordo del Atocha como el Gobernador Colonial, la gente de alto rango de la Iglesia Católica, el capitán, los comerciantes acaudalados y sus esposas,…todas esas personas perecieron.
Fuente| Documental “El Tesoro del Nuestra Señora de Atocha”, National Geographic