Aprovecho estos primeros días de 2020 para felicitar a todos los lectores y administradores de Arqueogestión la entrada de año. Trescientos sesenta y seis días (este año es bisiesto) para cumplir nuestros deseos y sueños. ¡Mucho ánimo con ello!
Bien dice el dicho: «Año nuevo, vida nueva». Y en este sentido empiezo el año con una nueva ilusión, un nuevo tema de estudio. Si durante dos años hablé de la Edad del Bronce peninsular, en este momento mi atención se centra en una cultura muy diferente a la del Bronce, en un escenario mucho más lejano, en un tiempo también remoto. Y si hay algo que tengo que resaltar es que todo lo que estudio sobre esta cultura me resulta fascinante. Imagino que los lectores de Arqueogestión ya habrán adivinado que tengo entre manos una nueva novela, como así es, y la única primera regla para escribir sobre lo que sea es que ese «lo que sea» nos apasione, nos fascine… Y así estoy con los escitas y sus amazonas, enamorada hasta el tuétano de unos hombres guerreros, fuertes y grandes jinetes, y de unas mujeres independientes, guerreras y femeninas…
Adentrémonos en este desconocido mundo, aunque hoy solo miraremos a través de la rendija de una puerta. Poco a poco iremos conociendo mejor a este maravilloso pueblo. Bienvenidos a la gran Escitia.
ESCITAS, AMAZONAS Y CURIOSIDADES
La aparición de los escitas se fecha alrededor del siglo IX a.C. y se estima que perduraron hasta bien entrado el siglo II-III d.C., es decir, más de un milenio que corresponde cronológicamente a la Edad del Hierro. Ocuparon una extensión de más de 6500 kilómetros entre las tierras del norte del mar Negro y el borde norte de las tierras de China, es decir, ocuparían la parte oriental de Europa y una gran parte de las tierras asiáticas. Estamos, pues, ante un extensísimo territorio que estaba dominado por un paisaje estepario donde los rigores climáticos eran extremos.
Este gran pueblo, agrupado en muchas y diversas tribus, practicaban el nomadismo, desplazándose a lo largo de grandes territorios con sus pertenencias y sus ganados en carros y montados a caballo. De hecho, los caballos son tan importantes en la vida de los escitas que se convierten en un apéndice de su propio cuerpo.
Su economía se basó en el pastoreo de grandes rebaños de cabras, ovejas y, sobre todo, caballos. Además de su actividad pastoril, los escitas desarrollaron muy eficazmente su labor como pueblo guerrero.Al ser excelentes jinetes, eran entrenados desde niños al tiro del arco escita, e igualmente manejaban la lanza corta, lo que les hacía grandes y terribles soldados que eran, en muchas ocasiones, contratados como mercenarios en los ejércitos más poderosos de la época, persas y griegos.
Los escitas parece ser quedisfrutaban de una sociedad paritaria, donde las mujeres vestían y practicaban las mismas actividades que los hombres. El mito de las amazonas nos lleva de lleno hasta esta sociedad del I milenio a.C. Mujeres que montaban a caballo, que practicaban el arte de la guerra, que mataban sin miramientos a sus enemigos, que se amputaban el pecho para poder disparar mejor… Mujeres que eran delicadas y femeninas con sus hombres y perfectas amantes. Pero, ¿es verdad lo que hemos escuchado sobre las amazonas?, ¿dónde surge el mito?, ¿dónde queda la realidad? Esperamos despejar estas dudas en los próximos artículos.
Para los griegos, todos los idiomas distintos al suyo eran lenguas bárbaras. En este caso, los escitas debían hablar una lengua derivada del iranio y no conocían la escritura. Así, por desgracia, no conocemos a los escitas a través de sus propios escritos, sino a través de las crónicas de guerra de los persas o a través de personajes griegos, especialmente Heródoto, que plasma en su libro IV las características, costumbres y otros datos curiosos sobre este pueblo, tan desconocido hasta hace relativamente poco tiempo. Además de Heródoto, también tenemos referencias sobre los escitas de Hipócrates y Estrabón.
Ya tenemos ubicados a los escitas, de forma sucinta, en tiempo y territorio. Conocemos, a modo de pinceladas, su economía, su faceta guerrera, sus mujeres. Ahora queda desentrañar sus costumbres, de las que nos habla Heródoto. Así sabemos que vivían en tiendas móviles hechas de fieltro, que en sus baños utilizaban cogollos de cannabis sobre piedras calientes, que ingerían grandes cantidades de alcohol, que bebían sobre los cráneos de su primer enemigo abatido, que vestían con túnicas y pantalones y sobre la cabeza usaban gorros puntiagudos…
Pero si hay algo que hoy en día nos fascina de los escitas, estos son sus enterramientos. Miles de montículos artificiales, túmulos que albergan miles de cuerpos de guerreros, reyes y reinas, entre las tierras del norte del mar Negro y los confines de China. Gracias a los trabajos arqueológicos que se desarrollan desde hace casi doscientos años, se están corroborando los escritos de Heródoto, que hablan de grandes tumbas con grandes tesoros. En este sentido hay que destacar que los escitas tuvieron un estrecho contacto con los griegos, su cultura y su arte, y todo ello queda reflejado en las piezas de oro, plata, hierro y piedras preciosas halladas en sus enterramientos.
Un mundo fascinante. Los guerreros de las estepas, hombres terribles que lucharon por sus vastos territorios, contra los enemigos, contra la Naturaleza, contra el frío y el hambre. Un pueblo que no merece nuestro desconocimiento.
Fuente|María Rosario Mondéjar, colaboradora de Arqueogestión: Arqueología y Gestión Turística y Autora de la Novela histórica La premonición de Safeyce