El Oficio de Orive en Extremadura: La Gargantilla con Galápago de Filigrana de Ceclavín

Parece que fue ayer, pero hace ya como tres o cuatro años, el 27 de marzo de 2017 tuvimos el privilegio de asistir a una charla titulada “La Gargantilla con Galápago de Filigrana de Ceclavín” dentro del ciclo de conferencias “Así lo siento yo. Una visión personal de nuestro patrimonio cultural” ofrecida por Museo Provincial de Cáceres e impartida de manera magistral por el Periodista cacereño y locutor de Onda Cero Cáceres, D. Vicente Pozas Mirón; y hoy lo traemos a colación de un nuevo artículo para este blog muy relacionado con el tema que se trató en dicha ponencia aquella mañana.

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Hemos empezado el año con artículos relacionados con la etnografía cacereña, con esos elementos o edificios que yacen en ruinas en la actualidad en medio de los campos extremeños relacionados con la vida agrícola y ganadera de finales del siglo XIX y principios del siglo XX; no obstante, en esta sociedad rural, ganadera y agrícola también existía un tercer pilar de la economía de aquel tiempo, y era la artesanía; y es en este pilar donde queremos recalar con este artículo, y en concreto en un tipo de artesano, los orives, de los cuales hemos encontrado abundantes datos en la publicación de D. Juan Manuel Valadés Sierra “Los Orives. Orfebrería de Filigrana en la Provincia de Cáceres. Siglos XIX y XX”.

Pero… ¿Qué es un Orive? El término “orive”, en la bibliografía, de una manera generalizada en Extremadura, se refiere al profesional o artesano que trabaja con metales preciosos, ya sea oro o plata; en otras palabras, el orive es un orfebre o un platero (orífice), dependiendo del lugar en el que nos hallemos y la bibliografía que manejemos, lo encontraremos descrito de una manera u otra.

En Extremadura encontramos la palabra orive con mucha frecuencia, particularmente en el área más próxima a la frontera con Portugal de la provincia de Cáceres, pero no sólo en esa zona, sino también en la propia capital y extendida con carácter general por toda la Alta Extremadura. No obstante, aunque de uso más ocasional, el término es utilizado también en la provincia de Badajoz, donde al parecer no sólo servía para referirse al artífice de las joyas de plata y de oro, sino también para definir el conjunto de las joyas que posee una persona y, por extensión, a sus riquezas, de manera que de las personas acomodadas puede decirse que tienen “mucho orive”; en general, el término parece aplicarse en Badajoz, y no sólo en esta provincia, a todo conjunto de alhajas de oro.

Por su parte, no podemos hablar de esta actividad artesana en Extremadura como es el trabajo de la orfebrería de la filigrana, sin antes acercarnos a su contextualización histórica para la cual decimos que apenas existe una bibliografía especializada ya que ha sido considerada siempre como un arte menor, o más bien como una artesanía, alejada de los vanguardistas círculos artísticos asociados a la corte, la aristocracia y la Iglesia. Lógicamente, consideramos discutible la clasificación de esta orfebrería de filigrana como un arte de segunda categoría ya que hunde su origen en evidencias históricas, siendo evidente que,  en Extremadura, a través de la arqueología se documenta una importante tradición orfebre durante el Bronce Final, expresada en los tesoros del Olivar del Melcón, hoy desaparecido, y los de Sagrajas y Berzocana, pero es sobre todo el tesoro orientalizante de Aliseda, y en menor medida los de Serradilla (Cáceres) y Segura de León (Badajoz), los que evidencian las estrechas relaciones de la región extremeña con el mundo orientalizante del sur peninsular, y que denotan una singular riqueza en su orfebrería.

Estas raíces y esa singular riqueza documentada por la arqueología en el Bronce Final y en el período Orientalizante, a través del hallazgo de dichos tesoros, continúan presente en el mundo ibérico, pero resulta más escasa y tosca en el ámbito meseteño.

Por su parte, ya  en época romana, las joyas que aparecen en nuestra península se caracterizan por la menor presencia de oro y un mayor protagonismo de las piedras preciosas o semipreciosas, la pasta vítrea y el aljófar, perlas irregulares y de pequeño tamaño, pero la filigrana aparece con más rareza. Es usual en la joyería romana el trabajo con hilo de oro, ya sea obtenido a partir de finas láminas enrolladas sobre sí mismas con el uso de dos planchas de piedra, o bien haciendo pasar los lingotes del metal a través de orificios de diámetros progresivamente decrecientes, pero la filigrana propiamente dicha y el granulado tienen una importancia relativa como técnica decorativa en época imperial, pese a la gran importancia que había adquirido en la joyería etrusca, en la que el hilo de oro llegaba a constituir parte integrante de la estructura de las piezas.

Aún más extraño es el uso de esta técnica en la época visigoda, cuya ostentosa joyería es poco propicia, aun cuando la veamos virtuosamente aplicada en piezas procedentes de algún ajuar funerario. En los primeros tiempos de la Reconquista, la filigrana reaparece como elemento decorativo, llegando a ser el motivo predominante sobre los cabujones de tradición visigoda o formando parte de la decoración de cálices al igual que se aprecia en piezas de la España musulmana desde época califal. Sin embargo, esto no tiene continuidad, y el arte de la filigrana se abandona en las épocas gótica y renacentista, aunque parece mantenerse vivo en manos de los artífices andalusíes, también con especial protagonismo de los judíos.

No obstante, tras el reinado de los Reyes Católicos; la expulsión de los judíos supuso no sólo una gran merma en la actividad de la platería, sino una verdadera diáspora de los plateros hebreos, que pasaron a establecerse en muy distintos lugares del mundo llevando consigo entre sus conocimientos la técnica de la filigrana aprendida de sus mayores. Por lo tanto, a partir del siglo XVI, en España, se reserva el ejercicio de la platería exclusivamente para los cristianos viejos; aquellos que pudieran demostrar “una pureza de sangre”.

No obstante, en Extremadura, a pesar de la desaparición de los plateros que no tenían el indispensable requisito de la limpieza, gracias a la próspera clientela eclesiástica, seguirán trabajándose los metales preciosos en determinados puntos de nuestra región apreciándose un claro vínculo entre las sedes diocesanas y el oficio del platero, hasta el punto de que durante los siglos XVII y XVIII parece que estos profesionales trabajan exclusiva o preferentemente para el estamento religioso, y cuya actividad de los plateros se restringe exclusivamente a los núcleos más importantes y desaparece de las poblaciones más reducidas siendo ya en la  segunda mitad del siglo XVIII la Iglesia el principal cliente.

Así pues, el siglo XIX comienza con una ausencia de plateros en los núcleos más pequeños de la provincia de Cáceres y con un escaso número de ellos en las ciudades de este territorio, incluso en aquellas de importante tradición por ser sede episcopal o en la propia capital provincial. En la Baja Extremadura, por su parte, la profunda crisis del siglo XVIII no se hace notar con la misma virulencia, pero los acontecimientos que se desencadenan en la Península Ibérica desde 1808 van a precipitar grandes cambios en el panorama que comienzan a configurar la situación que nos vamos a encontrar para todo el resto de la centuria.

El siglo XIX es el de la desaparición de una parte importante de los talleres de platería en la región extremeña; tras la ruina producida por la Guerra de la Independencia, los encargos de las catedrales, iglesias y conventos de la región se efectúan preferentemente a los maestros radicados en los centros que en esos momentos dominan la producción nacional, Salamanca, Madrid y Córdoba. No obstante tenemos que decir que aunque la filigrana estuvo presente en la platería desde muy antiguo, permanece como técnica aplicada hasta el siglo XIX cuando es considerada como una técnica de “primor artístico”, utilizada por los maestros plateros para embellecer sus obras, pero también se convierte en técnica integral conformadora de las joyas armando la arquitectura de la joya con el hilo de oro o plata y consiguiendo con ello un producto bello, lujoso y ligero, más asequible para las clases populares por su menor cantidad de metal, que hará furor entre las mujeres extremeñas.

Dicho todo esto y dado su justo contexto histórico, es en estas dos últimas centurias del siglo XVIII y XIX donde a continuación vamos a centrar nuestra atención en la filigrana que se desarrolla en la zona de Ceclavín (Cáceres), objeto de aquella ponencia. No obstante, es evidente que esta actividad artesanal tuvo una gran importancia a lo largo de los siglos en Extremadura, siendo este un tema para tratar muy ampliamente como bien ha hecho D. Juan Manuel Valadés Sierra en su publicación en dos amplios volúmenes, y cuya consulta nos ha permitido hacer esta breve reseña para nuestro blog.

En primer lugar, a modo de antecedente, comentar que la villa de Ceclavín se caracterizaba a finales del siglo XVIII por una complicada comunicación con las poblaciones de sus alrededores debido a la configuración de su término, similar a una península en la confluencia natural de los ríos Tajo y Alagón. Como consecuencia, el comercio en Ceclavín era muy reducido, y tampoco existían fábricas o compañías comerciales. Por lo tanto, intuimos que dadas estas circunstancias, en realidad era el contrabando la principal ocupación de numerosos habitantes de la villa.  No obstante, a colación de ello debemos tener en cuenta las localidades vecinas, como Zarza la Mayor, desde la cual la única forma de llegar era una barca que cruzaba el Alagón, y algo similar sucedía con el acceso a otros pueblos de la zona, como por ejemplo Alcántara; a la cual la única forma de llegar era cruzar ir el Tajo en la llamada “Barca del Concejo”.

En este contexto de acentuado contrabando y de trasiego de los trajineros de Ceclavín, principalmente por el término de Zarza la Mayor, no es extraño que desde las primeras décadas del siglo XIX, tanto la orfebrería como los orives que la confeccionaban, fuesen tan conocidos, y como consecuencia hubiese un buen mercado entre las mujeres de Ceclavín, lo cual derivaría, según el dato más antiguo documentado, que a partir de 1850 algunos de aquellos orives procedentes de Zarza la Mayor se establecieran de manera permanente en Ceclavín.

En efecto, entre 1850 y 1875 se establecen los primeros orives en la localidad de Ceclavín procedentes de Portugal; no obstante estos a diferencia que en la vecina Zarza la Mayor no se asientan de manera masiva ni tampoco de forma numéricamente significativa; sino que por el contrario muy rápidamente los ceclavineros van a aprender y a dominar el oficio, que por otro lado, ya no llegó a Ceclavín procedente de Portugal, sino que esos portugueses previamente habían residido durante un par de décadas en Zarza la Mayor y en Gata. Tras el germen dejado por estos primeros maestros portugueses, en Ceclavín florece rápidamente la actividad orfebre y muy pronto encontramos orives nacidos en la propia población.

Al iniciarse el último cuarto del siglo XIX sabemos que existen muchos orives trabajando en el pueblo, aparecen nuevos talleres que dan empleo a varios oficiales, y en los que también consta que hubo mujeres trabajando en tareas accesorias. Al mismo tiempo, y en relación con ese significativo aumento de los maestros y oficiales, se acentúa la tendencia a la expansión de estos profesionales por otros pueblos y comarcas de la provincia de Cáceres y de fuera de ella.

Al mismo tiempo, el trabajo de la filigrana pierde aún más el prestigio que le quedaba como ocupación selecta, que solía considerarse por encima de un mero oficio manual al requerir el dominio de la lectura y escritura y conocimientos físicos y químicos; así, mientras que antes veíamos que los orives procedían de familias dedicadas a esta profesión, o bien eran miembros segundones de linajes de propietarios, labradores o hacendados, ahora vamos a encontrar oficiales y maestros de un espectro social más amplio, en el que no faltan hijos de proletarios, artesanos manuales o jornaleros que buscan en el ejercicio de esta profesión algo venida a menos un medio de ascender algunos peldaños en la escala social.

Para culminar, tras este largo recorrido histórico llegamos al punto en el poner punto y final a este artículo para nuestro blog, y que se relaciona directamente con el ponente de aquella conferencia a la que asistimos allá por el 2007, D. Vicente Pozas Mirón, el cual nos habló magistralmente de sus orígenes en dicha población a colación de una serie de joyas de filigrana expuestas en una vitrina de la sección etnográfica del Museo Provincial de Cáceres, y en concreto sobre la Gargantilla con Galápago de Filigrana de Ceclavín; y es que en Ceclavín en las décadas finales del siglo XIX hallamos ejerciendo el oficio a tres hermanos que van a ser importantes en dicha localidad: el primero es Gregorio Pozas Antúnez (1859-1914) quien desde 1883 ejercía en el número 16 de la calle Larga (Ceclavín); de este orive desciende Agustín Vicente Pozas, abuelo de Vicente Pozas Mirón y autor de dicha gargantilla, además de ser un orive de mucha fama en la ciudad de Cáceres, y que fabricó durante años las joyas típicas del aderezo regional que vendía su hermano Bernardo, en la que en aquellos días fue la más importante joyería de la ciudad.

De hecho, Agustín Vicente Pozas, a su vez se había casado con la hija de su maestro, Argimiro Barco Pozas, bisabuelo de Vicente Pozas Mirón, quien probablemente puede considerarse como el más importante orive de Ceclavín en el primer tercio del siglo XX y cuyas joyas figuraron en el pabellón de Extremadura de la Exposición Iberoamericana de Sevilla en el año 1929.

Finalmente, los otros dos hermanos son Ruperto Pozas Antúnez (1865-1938) ejerciendo como Orífice en la Calle del Cristo entre 1912 y 1928, y  el más pequeño era Jesús Pozas Antúnez (1867-1930) quien debió abandonar el oficio de orífice o marchó de Ceclavín, ya que es el único de los tres hermanos que no aparece como tal artesano en ningún tipo de registro.

Fuente| D. Juan Manuel Valadés Sierra “Los Orives. Orfebrería de Filigrana en la Provincia de Cáceres. Siglos XIX y XX” (Volumen I).

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