En pasados artículos en nuestro blog hemos tratado diferentes tipos de arquitectura vernácula presente en los campos o dehesas extremeñas. No obstante, en esas dehesas también existen grandes caserones o “cortijos”, muchos de ellos con mucha historia, en ocasiones en estado de ruina pero también en uso, de los cuales aún no hemos hablado. Estos “cortijos” tienen su origen, en muchos casos en edificaciones de carácter monumental, tanto torres y castillos medievales como palacios renacentistas y barrocos, símbolos de indudable poder económico y político de las familias aristocráticas cacereñas que administraban sus propiedades en el campo; y que tenían la función, en un principio, defensiva o residencial hasta el siglo XVII cuando estas casas están más directamente relacionadas con las tareas agropecuarias sirviendo como edificio central de la explotación agropecuaria que se constituye en las dehesas donde se asientan.
Sin duda alguna las construcciones más antiguas son algunas torres medievales datadas en torno al siglo XV las cuales no tenemos que considerar como edificaciones castrenses sino que hay que pensar en el contexto de inestabilidad en torno a esta centuria entre las familias nobiliarias cacereñas sobre todo en el entorno urbano hasta la promulgación de una Cédula Real para la pacificación de la Villa de Cáceres y su tierra data por Isabel la Católica en 1477 por la que se prohibía la construcción de torres y el desmoche de las existentes así como de juramento y rendimiento de “pleito homenaje” de las que ya se hallaban construidas en el campo. Por lo tanto, en lo que respecta a estas construcciones hay que pensar en ellas como construcciones que servían principalmente como mojón o referencia física y simbólica del dominio del dueño sobre su territorio con el objetivo de reforzar con las mismas la seguridad de sus dominios frente a bandoleros y ladrones de ganado, y sobre todo, hasta la promulgación de dicha cédula, para salvaguardarse del vecino, otro propietario igualmente ilustre y poderoso, que también era su rival en el casco urbano.
La mayoría de estas torres eran exentas, las cuales, con el paso del tiempo, además de ser construidos para proteger y asegurar la propiedad, sirvieron enseguida para el establecimiento de la casa o sede principal de la explotación agropecuaria. Algunas ya han desaparecido, pero otras se conservan en relativo buen estado pese a los múltiples añadidos incorporados a lo largo de los siglos, convirtiéndose en buenos cortijos y casas de campo, donde se funde su carácter palaciego con la actividad agrícola y ganadera.
Otro modelo arquitectónico que vemos en los campos de Cáceres lo constituyen algunos castillos y grandes casas de carácter palaciego que surgen a finales de la Edad Media y sobre todo durante el siglo XVI, pero que desde el principio aparecen asociados a la actividad productiva, aunando los conceptos castrense, representativo y de explotación agroganadera, siendo al mismo tiempo castillo, palacio y cortijo; ya en el siglo XVII y XVIII encontramos los llamados “cortijos” propiamente dichos, grandes casas que incorporan un modelo más definido con dedicación preferente a las actividades productivas del campo, aunque también está presente la función residencial.
Estas construcciones suelen estar organizadas en varias crujías en torno a un patio central, lo que contribuye a definir un modelo de “muralla” que se proyecta hasta el siglo XX. De hecho, en el siglo XIX y comienzos del XX, en los cortijos y casas campestres aún va a pervivir la tipología de esos palacios y castillos, tanto medievales como renacentistas, con una configuración del edificio en torno a un patio cuadrangular, central, disponiéndose en sus cuatro lados, de forma simétrica y ordenada, las construcciones dedicadas a la actividad agrícola y ganadera, así como la casa principal. Se trata de una configuración cerrada que garantiza la seguridad de sus moradores, tanto personas como animales, aunque en este caso de cara a evitar robos de ganado o de otros desmanes de carácter más doméstico.
Finalmente destacar un tipo de construcciones, las cuales no tienen el carácter residencial, cuya planta está organizada en forma de U; es decir, un espacio rectangular cerrado en tres de sus lados y abierto en el cuarto. Este es el modelo de construcción dedicada como aprisco o tinado, el cual se configura con una nave central, alargada, cortada en sus extremos por sendas naves transversales, más cortas, configurando la típica forma de U, con sus brazos cortos. Los tres tramos delimitan y sirven para ubicar el corral, al cual se abre una sucesión de vanos o arcadas a modo de grandes ventanas semicirculares, con recercos de ladrillo, que sirven de ventilación a la construcción.
A modo de conclusión decir que en las dehesas extremeñas, solo con caminar por ellas, a ojos del curioso o del profesional se puede ver un variado repertorio de edificaciones rústicas en las que prevalece su función productiva y simultáneamente su carácter señorial; y al mismo tiempo apreciar, primero la persistencia de modelos constructivos heredados de la tipología tradicional propia de castillos medievales y de palacios o construcciones urbanas de los siglos XVI y siguientes, y segundo que pese a su actividad fundamentalmente agropecuaria se mantiene al mismo tiempo su función residencial y representativa.
Fuente| NAVAREÑO MATEOS, A. “Los palacios y castillos campestres cacereños desde el siglo XVI como centro de la explotación agropecuaria de la dehesa. Su repercusión en los cortijos de los siglos XIX y XX”, en Arquitectura Residencial de las Dehesas de las Tierras de Cáceres (Castillos, Palacios y Casas de Campo). Institución Cultural “El Brocense”, Excma. Diputación de Cáceres, 1999, pp. 59-65.