En 1303, concretamente el 17 de julio, el rey castellano Fernando IV a través de una carta plomada concede a la villa cacereña por juros de heredad las Rondas de la villa, o lo que es lo mismo se concede al concejo la propiedad de los alrededores del recinto amurallado, lo que se denomina “ronda exterior” en contrapunto a la ronda interior del recinto amurallado que recibe el nombre de “adarve”. Este espacio exterior se había dejado sin edificar con el objetivo de que su limpieza permitiese ver quien se acercaba a los muros de la ciudad, y de esta manera ser un espacio inherente a la defensa de la villa.

La ocupación de estas rondas es un primer paso en lo que podemos denominar la ciudad abierta al igual que ya había ocurrido en otras ciudades tanto castellanas como europeas. En el exterior se crean nuevas colaciones, Santiago de los Caballeros y San Juan de los Ovejeros, que se convierten en el espacio donde se van a ubicar principalmente artesanos y comerciantes, que de esta manera aprovechan las facilidades de los concejos para instalarse en las afueras de la villa.  De esta manera, desde la Puerta del Río o Arco del Cristo, hasta la Puerta de Mérida, aprovechando los propios muros, construyen sus viviendas los artesanos, comerciantes y agricultores.

Era el nacimiento del arrabal cacereño que estuvo marcado por el propio recinto amurallado por una parte y por la Ribera del Marco por el otro. Este lugar ha servido, desde entonces hasta el día de hoy, para albergar tanto a las industrias propiamente artesanales de la ciudad, como a los menestrales, quienes hicieron posible que estas rondas pervivieran a través de los siglos. El arrabal cacereño ocupa las calles de Caleros, su principal arteria y sus calles adyacentes como Villalobos, Tenerías, Hornillo, Sande o la populosa calle Peñas. En esta parte de la ciudad se desarrollan formas arquitectónicas contrapuestas a lo que había sido la monumentalidad intramuros.

La calle Caleros, debe su nombre al gremio de los caleros, uno de los primeros en constituirse en los comienzos de la ciudad, ya hay referencias documentales desde el siglo XVI. Sus casas, de herencia popular, son de cubierta a dos aguas, con caballete paralelo a la fachada. Por norma general son de dos alturas y poseen vanos adintelados, si bien, hay alguna excepción con ventanas de arcos apuntados y aún se conserva alguna puerta de cantería adintelada con molduras que parecen pertenecer a los siglos XV y XVI, además del caso excepcional de la única puerta principal gótico-mudéjar de ladrillo y piedra con forma apuntada y alfiz que se conserva en la ciudad. Interiormente las casas del arrabal poseen zaguanes que distribuyen las entradas a las distintas dependencias y alturas de la vivienda. En el piso bajo encontramos bóvedas de rosca, herencia de la tradición mudéjar.

Algunos materiales arquitectónicos como la mampostería caracterizan el urbanismo más tradicional de la ciudad, sin embargo, hay otros elementos como la sillería que serán más propios de las fachadas de casas señoriales del recinto amurallado frente al adobe y el tapial, que identifican las casas más humildes del arrabal cacereño y sus aledaños como la calle Villalobos, Tenerías Altas, Tenerías Bajas o Ribera de Curtidores, la calle del Hornillo o la calle de Sande.

Fuente| MARTÍN BORREGUERO, J.C., JIMÉNEZ BERROCAL, F., y FLORES ALCÁNTARA, A.P. La cacereña ribera del Marco, Cáceres, 2008

Vista actual de la Calle Caleros (Cáceres)

 

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