Hay una serie de costumbres que caracterizan muy bien a este pueblo guerrero. Costumbres que, en muchos casos, chocan con nuestra mentalidad occidental del siglo XXI. Sin embargo, es necesario hacerse eco de ellos, para comprender que, quizás, la historia de la humanidad no ha sido un camino fácil y bondadoso.
Una de las costumbres que tenían los escitas eran los “pactos de sangre”, en los que dos personas, generalmente dos guerreros, sellaban su hermandad. Era una condición indispensable para estos pactos que los dos personajes ostentasen el mismo rango. El acto del hermanamiento consistía en producirse unas heridas con sus propias armas y recoger la sangre derramada de ambos en una copa de vino. Antes de beber conjuntamente de la copa, pronunciaban un conjuro ritual y se juraban su alianza y lealtad hasta la muerte. Los ideales y la gloria de los guerreros escitas provenían, precisamente, de mantener la promesa incondicional de luchar por el hermano de sangre, pero también por las propiedades, la esposa y los hijos. Se han hallado representaciones de estos pactos, que debían ser muy populares. En una plaqueta de oro de 5 cm de altura, hallada en el túmulo funerario de Kul-Oba, en Crimea, y con una cronología del siglo IV a.C., se ven representados dos hombres que beben de una misma copa, con sus rostros juntos, nariz con nariz, con sus manos sujetando el mismo recipiente y dispuestos a beber. Otra de las representaciones de dos hombres bebiendo en actitud relajada y tranquila es el vaso de Gaymanova, que se interpreta como una renovación de un pacto entre guerreros de alto rango. Quizás podamos pensar en ello como en una variante de la historia de los tres mosqueteros en versión escita.
Otra curiosa costumbre escita era la forma en la que celebraban sus victorias en la batalla. El mayor o menor éxito de un guerrero en la lucha dependía de la cantidad de hombres que en ella mataba. Se han hallado representaciones en las que los escitas, sobre sus caballos, levantan todas las cabezas cortadas de los enemigos. Estas representaciones buscan el recuerdo de batallas victoriosas, aunque esta costumbre no solo pertenece al pueblo escita, ya que germanos y celtas compartían el mismo ritual. Los escitas presentaban las cabezas a su rey y se realizaba una ceremonia como balance anual: se llenaba de vino una gran vasija y se repartía el contenido entre los guerreros más exitosos. No había peor deshonor para un escita que no matar enemigos, eso los llevaba a sufrir de ignominia, y esa era la peor de las desgracias.
Los escitas usaban los cráneos de los enemigos muertos como copas en las que beber y brindar. Según Heródoto, esto lo hacían con las cabezas de sus peores enemigos. Serraban en una sola pieza el cráneo por debajo de las cejas y lo limpiaban.Los guerreros pobres envolvían el exterior de la pieza en una piel de buey y, los más poderosos, recubrían el interior de oro.
Del mismo modo, solían emplear las cabelleras de sus enemigos como adornos para sus caballos. Para un escita perder su cabellera era una gran desgracia. Heródoto cuenta con gran profusión de detalles, cómo los escitas desuellan las cabezas practicándoles una incisión circular de oreja a oreja, tiran fuertemente de la piel y. Después raspan la carne con una costilla de buey y curte la piel. Una vez curtida, la conserva en su poder como si fuera una servilleta, la ata a las riendas del caballo y presume de tener cuantas más, mejor. También, continua Heródoto, muchos de ellos se hacen, juntando las pieles desolladas, prendas de vestir, entrecosiéndolas igual que pellizas. También dice que muchos de ellos desuellan la mano derecha, incluidas las uñas, y se hacen tapas para sus aljabas. Comenta el griego que la piel humana es recia y lustrosa y que, en ocasiones, se ha llegado a desollar a hombres enteros. Estas pieles completas se extendían sobre tablas de madera y se exhibían posteriormente sobre sus caballos.
Por último, una costumbre muy arraigada ente estos nómadas era el levantar montículos de ramas o haces de fajina. En lo alto de este montículo clavaban una espada de hierro. Era un homenaje al dios de la guerra y se hacían en ellos sacrificios humanos. Inmolaban a uno de cada cien prisioneros y la ceremonia consistía en degollarlos tras haber derramado vino sobre sus cabezas. Se recogía su sangre en un recipiente y a continuación se derramaba la sangre sobre la espada. Estos antiguos ritos nos transportan a conocidas leyendas, como las del rey Arturo, quien extrajo su espada de una roca. ¿Llegaron los escitas en tiempos remotos a tierras inglesas? ¿Será este el origen histórico de tal leyenda?
BIBLIOGRAFÍA
HERODOTO. Libro IV. Editorial Gredos (traducción 1969)
ROLLE, R. The world of the Scythians (1989)
AUTORIA|María Rosario Mondéjar, colaboradora de Arqueogestión: Arqueología y Gestión Turística y Autora de la Novela histórica La premonición de Safeyce