El Galeón Nuestra Señora de Atocha: La Historia de una Búsqueda (Parte III)

En los últimos meses en nuestro blog, Arqueología y Gestión Turística, hemos tratado temas como el Tesoro Arqueológico, pero ¿Qué ocurre cuando ese tesoro está bajo el mar? Esta es la historia de la búsqueda de una auténtica fortuna, de un inmenso tesoro, a bordo de un galeón español hundido por un huracán que se cobró la vida de 260 personas, pero no solo eso, sino que siglos después, su búsqueda costó la vida de cinco personas más.

Las muertes marcaron una macabra coincidencia, 260 personas murieron a bordo del Atocha en 1622, pero cinco se salvaron milagrosamente. Siglos después el Atocha reclamó esas cinco vidas casi como si las hubiera negociado por aquellas que previamente les perdonó la vida. En términos históricos “la realidad del Atocha” era abominablemente clara para aquellos que estuvieron para siempre conectados con ella y con todo su tesoro. Esta es su historia…

En mayo de 1973 encontraron la prueba del hallazgo del Atocha, pues los buzos de Fisher encontraron tres barras de plata en el centro de lo que llamaban “banco de España”; una vez más fue la evidencia de archivos descubierta por Jean Lyon lo que creó la conmoción. En España, Lyon había encontrado registros de construcción del Atocha, su lista de pasajeros y su manifiesto de carga. Este manifiesto mencionaba todas las barras de plata con el nombre del remitente y el número de cada barra, y entonces a Lyon se le ocurrió que si encontraban una barra con un número que estuviera registrado en dicho manifiesto se podría identificar el naufragio.

Por lo tanto, se llevaron dichas barras a la sede de Fisher en Cayo Hueso para ser pesadas; la barra número 4584 fue la primera sobre la balanza y su peso coincidía con el peso que Lyon había encontrado en el manifiesto, ello fue la primera evidencia de que aquel tesoro era el perteneciente al galeón español Nuestra Señora de Atocha. Lyon no solo descubrió que el número de la barra coincidía con el manifiesto sino que también supo exactamente de donde procedía, había sido cargada en Cartagena de Indias como pago por esclavos africanos.

El equipo de Fisher estaba emocionado con esta evidencia, pero luego vino en contrapartida a ello una serie de alegatos de que Fisher había sembrado el barco naufragado colocando barras de plata. En contrapartida a esta situación, Mel resolvió recuperar algo que pudiera probar la certeza de que él había encontrado el galeón español perdido. Mel Fisher quería encontrar un cañón. Fisher pensó que podrían estar en el área llana alrededor de la zona que ellos conocían como “banco de España” (donde estaba la plata), pero su hijo Dirk y Mathewson querían mirar en aguas más profundas debido al patrón de dispersión de los aparatos del Atocha hacia el sudoeste.

El 13 de julio la corazonada dio resultado, mientras buceaba libremente a unos 13 pies de la superficie Dirk encontró cinco cañones de bronce descansando en el fondo, y más tarde se encontraron otros cinco enterrados en el lodo. Los nueve cañones de bronce fueron cuidadosamente trazados en un mapa y fotografiados a medida que se encontraron, y más importante aún fue que sus marcas coincidían con la lista de artillería del Atocha. Por lo tanto, el hallazgo de los cañones cerraría el caso para el resto del mundo, con lo cual estos cañones, hallados en 1975, tanto para Mel como para su equipo supusieron una gran reivindicación.

Pero en este momento de alegría la tragedia atacaría a los recuperadores del Atocha pues una semana después de encontrar los cañones de bronce, Dirk Fisher junto a su esposa Angel y el buzo Rick Gages, estaban profundamente dormidos a bordo del Viento del Norte cuando una bomba se averió; junto antes del amanecer con buen tiempo, el Viento del Norte se hundió en tan solo minutos. No hubo tiempo para el rescate de las tres personas que se ahogaron sin remedio. Cuando esto sucedió, la tripulación estuvo a punto de abandonar pero Mel dijo que continuaran los trabajos en nombre de Dirk. Apuntó la dirección en la que buscar el resto del galeón y la búsqueda continuó. Pero Dirk, Angel y Gages no fueron los únicos en perecer durante la cacería del Atocha, el hijo de un fotógrafo de National Geographic falleció cuando buceaba bajo la hélice del bote de salvamento, y otro buzo simplemente desapareció en su día libre.

Después de que la tragedia golpeara a la familia Fisher, el equipo se centró en encontrar el filón principal del Atocha. Entre 1975 y 1980, encontraron numerosos artefactos y tesoro, pero ninguna rentabilidad; esto ejerció una tremenda presión en toda la operación de salvamento, y a esto se añadieron los problemas legales de Fisher. Fisher suscribió un contrato para compartir el 25% de los que recuperara del Atocha con el estado de Florida, pero después de que encontrara oro todos los acuerdos se dejaron de lado. Tanto el estado como el Gobierno Federal demandaron a Fisher por el Atocha; finalmente este caso fue llevado a la Corte Suprema de los Estados Unidos. La pregunta era sencilla, ¿Quién tenía el derecho de recuperar el Atocha? En 1982, Fisher ganó el caso. La Corte Suprema dictaminó que él solo era el dueño del buque naufragado.

Durante 16 años Fisher buscó el filón principal, hasta que el 20 de julio de 1985 Fisher por fin lo encontró, el filón principal del Atocha. Encontraron una pila de barras de plata de 12 metros de largo, 6 de ancho y 2 de alto, es decir unas 47 toneladas de plata sólida. Estaban tal y como las habían cargado, amontonadas en el fondo. Pero entonces lo que había debajo de la plata era aún más impresionante, la madera original del barco que había sobrevivido protegida por la plata; había inmensas cuadernas y planchas de todo tipo conservadas por la plata que había encima de ellas lo que posibilitó el poder hacer predicciones sobre el naufragio de un barco de madera, algo que nunca se había hecho hasta el momento, lo cual probaba que la arqueología de naufragios era una ciencia.

Tras 16 años, el Atocha había rendido su más preciado secreto. El conjunto total era superior a 40 toneladas de plata con un valor de cientos de millones de dólares, pero luego el Atocha añadió una sorpresa más, el hallazgo 6 meses después de esmeraldas que no constaban en el manifiesto del baro y que fueron halladas al norte del filón principal de la carga de plata del naufragio. Hoy en día, cerca de 3 libras de raras esmeraldas colombianas han sido recuperadas del Atocha pero la mayor parte de las gemas aún está en el naufragio (tendrían un valor de más de 2 mil millones de dólares).

Mel Fisher falleció en 1998, pero en la actualidad sus hijos siguen operando en el lugar del naufragio. Cada artefacto recuperado es llevado a Cayo Hueso donde la familia de Fisher opera un laboratorio de conservación de talla mundial. En este laboratorio se estabilizan todos los objetos con el objetivo de que a lo largo del tiempo se encuentren en buen estado de conservación, tanto si se exhiben como si no.

Una vez que se conservan los artefactos, se dona una porción representativa a la Sociedad de Herencia Marítima Mel Fisher; el tesoro restante se divide entre los inversores; una inversión de 10.000 dólares en 1970 por ejemplo resultó en 2 millones en el reparto del tesoro en 1985. Una cantidad considerable de la parte de Mel Fisher se vende en su tienda del museo, aquí se venden diariamente raras monedas de oro y plata por miles y miles de dólares, y bellas esmeraldas son vendidas por decenas de miles. Con las ganancias Fisher sigue financiando la operación de salvamento que continúa en la actualidad.

Fuente| Documental “El Tesoro del Nuestra Señora de Atocha”, National Geographic

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