Darío «El Grande» de Persia y la Campaña sobre los pueblos escitas

El emperador francés, Napoleón, interesado en la arqueología y conocedor de antiguas civilizaciones, gritó tras invadir Moscú en 1812 “¡Son escitas!”. Y es que él conocía la fuerza de este pueblo: acababan de invadir el corazón del gran imperio ruso, pero no encontraron a un pueblo atemorizado o sumiso. Muy al contrario, los rusos estaban dispuestos a prender fuego a su propia capital antes que entregarla al francés. Y Napoleón habría de recordar aquella historia de los escitas contra los ejércitos persas del rey Darío y que bien contaba Heródoto en su libro IV.

Corría el año 513 a.C. cuando se produjo este peculiar enfrentamiento entre escitas y persas. Cuando el ejército de Darío se disponía a atacar a sus enemigos, y esperando que estos presentaran batalla, los escitas sorprendieron a los persas adoptando la táctica de retirarse hacia el interior de sus propios territorios. El ejército de Darío quedó sorprendido y reaccionó de la única forma posible, persiguiendo a los hombres que huían. Darío envió a un jinete al rey escita con esta misiva: “¡Maldito! ¿Por qué huyes sin cesar? Te doy dos opciones: Si te crees capaz de enfrentarte a mi poderío, detente, pon fin a tu táctica esquiva y pelea. En cambio, si reconoces tu inferioridad, pon fin a tus correrías, ofrece a tu dueño, a título de presentes, tierras y agua y entra en conversación conmigo”.  A este mensaje, el rey escita, Idantirso, respondió: “Mi actitud, persa, responde al siguiente criterio: hasta la fecha no he huido por temor a hombre alguno y, en estos momentos, tampoco estoy huyendo de ti. Voy a explicarte por qué razón no presento batalla: nosotros no tenemos ciudades ni tierras cultivadas que podrían inducirnos, por temor a que fueran tomadas o devastadas, a trabar de inmediato combate para defenderlas. Ahora bien, nosotros tenemos tumbas de nuestros antepasados, así que, venga, descubridlas y violadlas y entonces sabréis si lucharemos contra vosotros en defensa de las tumbas. Y en respuesta a tu afirmación de que eres mi señor, te aseguro que te vas a arrepentir”. De esta manera, los escitas atrajeron a los persas a sus vastas estepas, pero siendo mejores jinetes y conociendo bien su territorio, a su paso iban destruyendo caminos, quemando pastos y salando pozos.

Los episodios de escitas contra persas se suceden en el libro de Heródoto. Otra famosa anécdota de uno de estos enfrentamientos fue la presencia de una liebre en el campo de batalla. Y es que, cuando por fin los escitas estaban dispuestos a luchar contra Darío, una liebre pasó corriendo entre sus filas, y a medida que los soldados la iban viendo, se lanzaban en su persecución. Los persas no entendían el alboroto de los enemigos y, cuando Darío fue informado del motivo del desorden, les dijo a sus confidentes: “Amigos, mucho nos desprecia esta gente”, a lo que contestó uno de ellos: “Majestad, yo ya estaba casi convencido de lo difícil que era doblegar a estos hombres, pero me he dado perfecta cuenta de ello, al ver que estos sujetos se están burlando de nosotros”.

Con estas tácticas de guerra, según las fuentes antiguas, los escitas consiguieron la destrucción del ejército persa. No sorprende, entonces, que Napoleón se acordara de ellos ante la reacción de los rusos a la conquista de Moscú y que acabó, igual que en el año 513 a.C. contra los persas, con la derrota del ejército francés.

BIBLIOGRAFÍA

HERÓDOTO. Libro IV. Editorial Gredos (1979).

RENATE ROLLE (1989). The world of the Scythians.  Editorial B.T. Batsford

Fuente|María Rosario Mondéjar, colaboradora de Arqueogestión: Arqueología y Gestión Turística y Autora de la Novela histórica La premonición de Safeyce

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